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Una-tierra-prometida (1)

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estábamos reunidos para llevar a cabo una negociación importante, sino

más bien para asistir al esfuerzo del presidente por aplacar a un hombre.

Bush comenzó con un breve pedido de unidad antes de entregar la

reunión a Paulson, quien nos puso al día con la situación del mercado y

explicó que los fondos del TARP se iban a usar para acaparar las malas

hipotecas (los «activos tóxicos» las llamaban) de los bancos, y de esa

manera apuntalar los balances y restaurar la confianza en el mercado.

«Si Hank y Ben creen que este plan va a funcionar —dijo Bush cuando

terminaron— entonces yo también lo creo.»

Siguiendo el protocolo, le correspondía la palabra a la presidenta Pelosi,

pero en lugar de tomarla, Nancy informó amablemente al presidente que los

demócratas habían decidido que yo hablara primero en su nombre.

Había sido idea de Nancy y de Harry que yo hiciera de interlocutor, y les

estaba agradecido por ello. No solo impedía que McCain me flanqueara

durante las deliberaciones, sino que indicaba además que mis compañeros

demócratas consideraban sus destinos políticos unidos al mío. La jugada

pareció tomar a los republicanos por sorpresa y no pude evitar notar que el

presidente le dedicaba a Nancy una de sus típicas sonrisitas —como político

inteligente, sabía reconocer una hábil maniobra cuando la veía— antes de

asentir hacia mí.

Durante varios minutos hablé de la naturaleza de la crisis, de los detalles

de la legislación emergente y de los puntos pendientes que se habían

omitido, la remuneración de los ejecutivos y la ayuda para los propietarios

que los demócratas creían que todavía había que incluir. Recordé que tanto

el senador McCain como yo habíamos prometido públicamente no hacer

jugadas políticas con el esfuerzo del rescate financiero, le dije al presidente

que los demócratas votaríamos a favor, pero aclaré que si era cierto lo que

decían algunos informes sobre que algunos líderes republicanos iban a

retroceder e insistir en empezar todo un plan de cero, eso complicaría

inevitablemente las negociaciones y «las consecuencias serán graves».

Bush se volvió hacia McCain y le dijo:

«John, ya que Barack ha tenido la oportunidad de hablar, creo que sería

justo que tú fueras el siguiente.»

Todo el mundo miró a McCain, que apretó la mandíbula. Pareció a punto

de decir algo, pero lo pensó mejor y se acomodó brevemente en la silla.

«Creo que esperaré mi turno», dijo al fin.

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