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Una-tierra-prometida (1)

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acuerdo— que nuestros directores de campaña trabajaran en un abanico de

opciones para que las considerásemos, y que volviéramos a hablar en una o

dos horas.

Eso es un avance, pensé al colgar. Llamé a Plouffe y le di instrucciones

de que llamara a Rick Davis, el director de campaña de McCain, para que

siguieran la conversación. Unos minutos después llegué al hotel y me

encontré a Plouffe con el ceño fruncido, tras una llamada con Davis.

—McCain está a punto de dar una conferencia de prensa —dijo— en la

que va a anunciar su plan de suspender la campaña y volar de regreso a

Washington.

—¿Qué? ¡Si he hablado con él hace diez minutos!

—Sí, pues... parece que no te ha dicho la verdad. Davis dice que McCain

ni siquiera se va a presentar al debate a menos que el paquete de rescate se

apruebe en las próximas setenta y dos horas. Dice que McCain te va a

interpelar públicamente para que te unas a él en esto de suspender la

campaña ya que, escucha esto: «el senador McCain considera que la

política debe dejarse a un lado en este momento».

Plouffe dijo aquellas palabras como si quisiera pegar a alguien.

Unos minutos más tarde vimos cómo McCain hacía su declaración con

una voz rebosante de preocupación. Era difícil no sentirse enfadado o

decepcionado. Desde un punto de vista benévolo, se podía pensar que John

había actuado así por desconfianza: temeroso de que mi propuesta de una

declaración conjunta fuera un intento de sacarle ventaja, había decidido

sacarme ventaja él primero. Desde un punto de vista menos benévolo, y

compartido de forma unánime por todo mi equipo, aquella campaña

desesperada se estaba embarcando en una nueva maniobra política muy

poco meditada.

Maniobra o no, gran parte del mundillo político de Washington consideró

el movimiento de McCain como un golpe maestro. En cuanto se hizo

público, nos bombardearon ansiosos mensajes de asesores demócratas y de

nuestra gente en la capital en los que nos decían que teníamos que

suspender la campaña o arriesgarnos a ceder el liderazgo moral en un

momento de crisis. Pero tanto por temperamento como por experiencia, no

estábamos dispuestos a hacer lo razonable. No solo me parecía que si los

dos íbamos a Washington a posar solo conseguiríamos disminuir, en vez de

aumentar, las probabilidades de que se aprobara el TARP, sino que sentía

que la crisis financiera hacía que el debate fuera mucho más importante,

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