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Una-tierra-prometida (1)

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duros, nada reacios a criticar severamente a los republicanos con el objetivo

de consolidar sus mayorías cuando surgía la ocasión. Pero como comprobé

repetidas veces durante los años siguientes, tanto Harry como Nancy

estaban dispuestos (a veces después de muchas quejas) a dejar la política a

un lado cuando era necesario. Respecto al TARP, esperaban de mí que les

diera instrucciones. Compartí con ambos mi valoración más honesta: si se

daban ciertas condiciones que aseguraran que no se trataba de un regalo a

Wall Street, los demócratas tenían que ayudar a que se aprobara. Y, lo que

les honra, ambos líderes dijeron que se las apañarían para arrastrar a sus

propias comisiones y conseguir los votos para que se aprobara; claro está, si

Bush y los líderes del partido aportaban también los votos republicanos.

Sabía que se trataba de un «si» endiabladamente grande. Una ley

impopular, unas elecciones que se acercaban a toda prisa y ninguno de los

bandos dispuesto a entregar más armas al contrario: una receta infalible

para el bloqueo.

Para romper ese impasse , empecé a considerar seriamente la quijotesca

idea que me había propuesto mi amigo Tom Coburn, un senador

republicano por Oklahoma: que McCain y yo hiciésemos una declaración

conjunta proponiendo que el Congreso aprobara una versión del TARP.

Según Coburn, si los dos empuñábamos a la vez el cuchillo, conseguiríamos

sacar la cuestión política de la votación y permitiríamos que el ansioso

Congreso tomara una decisión razonable sin obsesionarse tanto por el

impacto que iba a tener en las elecciones.

No tenía ni idea de cómo iba a responder McCain. Podía parecer

efectista, pero si no se aprobaba el paquete de rescate, nos enfrentábamos a

lo que podía convertirse en una recesión brutal, por lo que llegué a la

conclusión de que valía la pena intentarlo.

Hablé con McCain por teléfono mientras yo regresaba al hotel después de

un breve evento para la campaña. Tenía una voz suave, educada pero cauta.

Estaba abierto a una posible declaración conjunta, dijo, pero había estado

dándole vueltas a una idea distinta: ¿y si los dos suspendíamos nuestras

campañas? ¿Y si posponíamos el debate, regresábamos a Washington y

esperábamos a que se aprobara el paquete de rescate?

Aunque no entendía muy bien en qué iba a ayudar trasladar el circo de la

campaña presidencial a Washington, me animó el aparente interés de

McCain de sobreponerse a las trifulcas del día a día y aprobar un proyecto

de ley. Con cautela para no sonar despectivo, sugerí —y John estuvo de

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