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Una-tierra-prometida (1)

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confesado que no sabía demasiado de política económica. Y más

recientemente había reforzado la impresión de que estaba un poco

desactualizado al reconocer a un periodista que no estaba seguro de cuántas

casas poseía. (La respuesta era ocho.) Por lo que me contó Paulson, los

problemas políticos de McCain estaban a punto de empeorar. No tenía

dudas de que sus asesores políticos le iban a urgir a que mejorara su imagen

ante los votantes desvinculándose de cualquier esfuerzo de rescate

financiero que tratara de hacer la Administración.

Si McCain decidía no apoyarlos, sabía que me iba poner bajo la feroz

presión de los demócratas —y tal vez también de mi propio equipo— por

imitarlo. Y aun así, mientras concluía mi conversación con Paulson, sabía

que no importaba lo que hiciera McCain. Con tanto en juego, yo iba a tener

que hacer lo que fuera necesario, independientemente de la política, para

ayudar a que la Administración estabilizara la situación.

Si quieres ser presidente, me dije, tienes que comportarte como uno.

Como era previsible, McCain tuvo dificultades para presentar una respuesta

coherente ante unos hechos que se desarrollaban a gran velocidad. El día

del anuncio de Lehman, en un inoportuno intento por tranquilizar al

público, apareció en un mitin por televisión y declaró que «los fundamentos

de la economía son fuertes». Mi campaña le criticó duramente por eso.

(«Senador, ¿de qué economía está hablando?», pregunté más tarde aquel día

en uno de nuestros mítines.)

Los días siguientes, las noticias de la bancarrota de Lehman llevaron a

los mercados a un pánico a gran escala. Las acciones se desplomaron.

Merrill Lynch ya había negociado una desesperada venta al Bank of

America. Mientras tanto, se comprobó que los 200.000 millones del

programa de préstamos de la Reserva Federal a los bancos no eran

suficientes. Junto a todo el dinero destinado a apuntalar Fannie Mae y

Freddie Mac, otros 85.000 millones se desvanecieron en una urgente

absorción de AIG por parte del Gobierno, la enorme compañía de seguros

cuyas pólizas habían avalado el mercado de las de hipotecas subprime .

AIG era el epítome de compañía «demasiado importante para caer» —tan

vinculada a las finanzas globales que su colapso provocó una cascada de

quiebras bancarios— e incluso después de la intervención del Gobierno

siguió desangrándose. Cuatro días después del colapso de Lehman, el

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