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Una-tierra-prometida (1)

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sacar su dinero de IndyMac, un banco de California que no tardó en

sucumbir. El aún más grande Wachovia sobrevivió solo después de que el

secretario Paulson pudo invocar «una situación de excepcionalidad por

riesgo del sistema» para evitar su caída.

Mientras tanto, el Congreso autorizó 200.000 millones de dólares para

prevenir que Fannie Mae y Freddie Mac —los dos mastodontes privados

que juntos sumaban casi el 90 por ciento de las hipotecas de Estados Unidos

— se fueran a pique. Ambos quedaron bajo la tutela del Gobierno en la

recién creada Agencia Federal de Financiamiento de Vivienda. Pero a pesar

de una intervención de esas magnitudes, seguía pareciendo que los

mercados estaban al borde del colapso, como si las autoridades estuvieran

echando grava a una grieta en la tierra que no paraba de crecer. Y al menos

por el momento, el Gobierno se había quedado sin grava.

Ese era el motivo por el que me llamaba Hank Paulson, el secretario del

Tesoro de Estados Unidos. La primera vez que me crucé con Paulson

todavía era el CEO de Goldman Sachs. Alto, calvo y con gafas, con una

actitud torpe pero sin pretensiones, se pasó la mayor parte del tiempo

hablando de su entusiasmo por la defensa del medioambiente. Pero su voz,

normalmente ronca, ahora sonaba concienzudamente tensa, la de un hombre

que estaba luchando tanto contra el agotamiento como contra el miedo.

Aquel lunes 15 de septiembre, Lehman Brothers, una compañía de

639.000 millones de dólares, había anunciado que se iba a declarar en

bancarrota. El hecho de que el Departamento del Tesoro no hubiera

intervenido para evitar lo que sería la mayor declaración de bancarrota de la

historia indicaba que estábamos entrando en una nueva etapa en la crisis.

«Podemos esperar una pésima reacción del mercado —dijo—. Y creemos

que la situación va a empeorar un poco más antes de que empiece a

mejorar.»

Me explicó por qué tanto el Tesoro como la Reserva Federal habían

resuelto que Lehman era demasiado débil para apoyarla, y ninguna otra

institución financiera estaba dispuesta a hacerse cargo de su lastre. El

presidente Bush había autorizado a Paulson a que nos informara a McCain

y a mí, porque futuras acciones de emergencia iban a requerir del apoyo

político de ambos partidos. Paulson esperaba que ambas campañas

respetaran y respondieran de forma apropiada a la gravedad de la situación.

No hacía falta un encuestador para entender que Paulson tenía motivos

para estar preocupado por la política. Faltaban siete semanas para las

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