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Una-tierra-prometida (1)

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sus yates, sus aviones y sus casas en los Hamptons. Me he cruzado con

suficientes ejecutivos de Wall Street como para saber que muchos de ellos

(no todos) encajan en el estereotipo: gente presumida que se cree con

derecho a todo, consumistas ostentosos e indiferentes al impacto que tienen

sus decisiones en la vida de los demás.

Pero en medio del pánico financiero, en una economía capitalista

moderna el problema era que no se podía separar a los buenos negocios de

los malos, o administrar el dolor para que afectara solo a los imprudentes o

inescrupulosos. Nos gustara o no, todos y todo estaban conectados.

Cuando llegó la primavera, Estados Unidos ya estaba en plena recesión.

La burbuja inmobiliaria y el dinero fácil habían encubierto toda una serie de

debilidades estructurales de la economía estadounidense durante una

década. Pero ahora, con la recesión en sus máximos, el crédito restringido,

el mercado de valores en declive y los precios de las casas en caída, las

empresas grandes y pequeñas redujeron sus gastos. Se despidió a

trabajadores y se cancelaron pedidos. Se aplazaron inversiones en nuevas

plantas y en sistemas tecnológicos. Y mientras las personas que habían

trabajado en esas compañías se quedaban sin dinero o veían disminuir el

patrimonio de sus hogares o de sus planes 401(k), al retrasarse en el pago de

sus tarjetas de crédito y verse obligados a gastar sus ahorros, ellos también

gastaron menos. Postergaron la compra de coches nuevos, dejaron de comer

fuera y pospusieron las vacaciones. Con la caída en las ventas, los negocios

recortaron aún más el pago de las nóminas y de otros gastos. Era el clásico

círculo de contracción de la demanda y empeoraba mes a mes. Los datos de

marzo daban cuenta de que una de cada once hipotecas estaba fuera de

plazo o en ejecución, y la venta de coches se había desplomado. En mayo,

el desempleo aumentó medio punto, el mayor incremento mensual en veinte

años.

Se había convertido en un problema que debía gestionar el presidente

Bush. Ante la insistencia de sus asesores económicos, había asegurado un

acuerdo entre ambos partidos en el Congreso para un paquete de rescate

económico de 168.000 millones de dólares con el que proporcionaba

exenciones y rebajas fiscales con el objetivo de estimular el gasto y dar un

empujón a la economía. Pero el impacto que pudo haber provocado se vio

empañado por la subida de los precios del petróleo aquel verano y la crisis

sencillamente siguió empeorando. En julio, las cadenas de noticias de todo

el país transmitieron imágenes de clientes desesperados haciendo fila para

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