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Una-tierra-prometida (1)

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También ayudó el hecho de que Palin era una artista innata. Su discurso

de cuarenta y cinco minutos en la Convención Nacional Republicana a

principios de septiembre fue una obra maestra de populismo simplón y

acertadas ocurrencias. («En los pueblos pequeños no sabemos muy bien qué

hacer con un candidato que es pródigo en elogios a la clase trabajadora

cuando le están escuchando y luego habla del resentimiento con el que se

aferran a las armas y a la religión cuando no le escuchan.» ¡Ay!) Los

delegados estaban eufóricos. Después de la convención y ya de gira con

Palin, los discursos de McCain empezaron a ser tres o cuatro veces más

largos de lo que normalmente duraban cuando estaba solo. Y mientras los

fieles republicanos vitoreaban amablemente los discursos de John, cada vez

era más evidente que en realidad estaban allí para ver a su compañera de

fórmula, la «mamá peleona». Ella era algo nuevo, distinto, era como ellos.

Una «estadounidense de verdad», y enormemente orgullosa de serlo.

En una época distinta y en otro lugar —por ejemplo, en las elecciones

para senador o gobernador en un estado indeciso— la auténtica energía que

Palin despertaba en las bases republicanas me habría preocupado. Pero

desde el día en que McCain la eligió, y hasta en los momentos cumbre de la

palinmanía, me sentí seguro de que la decisión no le iba a favorecer. A

pesar de las habilidades teatrales de Palin, la cualidad más importante en un

vicepresidente es su capacidad para llenar la ausencia del presidente en caso

de ser necesario. Dada la edad de John y su historial de melanoma, no era

una preocupación sin fundamento. Y en cuanto Sarah Palin se volvió el

centro de atención, fue evidente que no tenía ninguna idea de lo que estaba

hablando en la práctica mayoría de cuestiones relevantes del Gobierno. El

sistema financiero. El Tribunal Supremo. La invasión rusa de Georgia. No

importaba el tema, ni la manera en que le formularan la pregunta: la

gobernadora de Alaska parecía perdida, concatenaba palabras como una

niña que trata de salir del paso en un examen para el que no ha estudiado.

La candidatura de Palin era problemática a un nivel más profundo. Desde

el principio me di cuenta de que su incoherencia no le importaba a la

mayoría de republicanos: de hecho, cada vez que se desmoronaba frente a

las preguntas de un periodista, a ellos les parecía la prueba de que había una

conspiración liberal. Lo que me sorprendía aún más era ver cómo algunos

destacados conservadores, incluso aquellos que se habían pasado todo el

año desestimándome por inexperto, y que durante décadas habían

denunciado la discriminación positiva, la erosión de los estándares

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