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Una-tierra-prometida (1)

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siguiente, mientras caminaba hacia el enorme escenario alfombrado de azul,

bajo un cielo claro y abierto, para dirigirme a un estadio abarrotado de

gente y a otros tantos millones de personas en todo el país, lo único que

sentí fue calma.

La noche era cálida, el rugido de la muchedumbre contagioso, los flashes

de miles de cámaras imitaban el brillo de las estrellas. Cuando dejé de

hablar, Michelle y las niñas, y luego Joe y Jill Biden, se unieron para

saludar bajo una lluvia de confeti, y al otro lado del escenario vimos cómo

la gente se abrazaba y reía, agitaba las banderas al ritmo de la canción del

grupo country Brooks & Dunn que se había convertido en un clásico

durante el trayecto de campaña: «Only in America».

Históricamente, después de una convención exitosa, el candidato a

presidente disfruta de un saludable «empujón» en los sondeos. Según todo

el mundo, la nuestra había sido casi impecable. La encargada de las

encuestas nos dijo que después de Denver, la ventaja sobre McCain se había

ampliado al menos hasta en cinco puntos.

Duró una semana.

La campaña de McCain se estaba desarmando. A pesar de que había

cerrado la candidatura republicana tres meses antes de que yo asegurara la

mía, no había conseguido darle demasiado dinamismo. A los votantes

indecisos seguían sin convencerles sus propuestas de más recortes fiscales

por encima de los que ya había aprobado Bush. En un ambiente nuevo, más

polarizado, el propio McCain parecía dubitativo hasta para mencionar

temas como la reforma de la inmigración y el cambio climático, que antes

habían lustrado su reputación de rebelde dentro del partido. Para ser justos,

le habían tocado malas cartas. La guerra en Irak seguía igual de impopular

que siempre. La economía, ya en recesión, empeoraba rápidamente al igual

que la valoración de Bush en los sondeos. En unas elecciones que era

previsible que giraran en torno a la promesa de cambio, McCain ni parecía

ni sonaba a cambio.

McCain y su equipo debieron de darse cuenta de que necesitaban un

golpe de efecto. Y tengo que reconocer que sin duda lo lograron. Al día

siguiente del cierre de nuestra convención, Michelle y yo, junto a Jill y Joe

Biden, nos encontrábamos en el avión de nuestra campaña esperando para

despegar, íbamos a pasar unos días haciendo unos actos en Pensilvania,

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