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Una-tierra-prometida (1)

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Le dije que era un compromiso que podía asumir.

Tanto a Axe como a Plouffe les caía bien Tim Kaine, y al igual que yo,

sabían que encajaba a la perfección en una Administración Obama. Pero

también como yo, dudaban de si dos abogados de derechos civiles

relativamente jóvenes, inexpertos y liberales no serían más esperanza y

cambio de lo que los votantes estaban dispuestos a asumir.

Joe implicaba sus propios riesgos. Pensábamos que su falta de disciplina

frente al micrófono podía generar controversias innecesarias. Tenía un estilo

a la vieja escuela, le gustaba ser el centro de atención y no siempre era

consciente de sí mismo. Sentía que se podía poner quisquilloso si pensaba

que no estaba recibiendo su debida parte; una característica que se podía

exacerbar al tener que lidiar con un jefe mucho más joven.

Y aun así, me parecía que el contrate entre nosotros era más persuasivo.

Me gustaba el hecho de que Joe estuviera preparado para ejercer como

presidente si algo me sucedía y eso también podía darle tranquilidad a

quienes todavía les preocupaba que yo fuera demasiado joven. Valoraba su

experiencia en política exterior en un momento en que estábamos

involucrados en dos guerras, sus vínculos en el Congreso y su potencial

para llegar a votantes aún recelosos de elegir a un afroamericano como

presidente. Aunque lo más importante me lo decía mi instinto: que Joe era

un hombre honrado, sincero y leal. Estaba convencido de que le importaba

la gente de a pie y si las cosas se ponían difíciles, podría confiar en él.

No me decepcionó.

Cómo se terminó de organizar la Convención Nacional Demócrata en

Denver sigue siendo en buena medida un misterio para mí. Me preguntaron

sobre el orden del programa durante las cuatro noches en las que se iba a

llevar a cabo, los temas que se iban a tratar y los ponentes. Me mostraron

vídeos biográficos para que los aprobara y me pidieron una lista de

familiares y amigos que iban a acudir. Plouffe se puso en contacto para ver

si podíamos celebrar el cierre de la convención en el estadio Mile High,

sede de los Denver Broncos, en lugar de hacerlo en un recinto cubierto. Con

una capacidad de casi ochenta mil personas, podría albergar a las decenas

de miles de voluntarios que venían de todo el país y que habían sido la base

de nuestra campaña. Pero no tenía techo, lo que significaba que estaríamos

expuestos al clima.

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