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Una-tierra-prometida (1)

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periodos como presidente del Comité sobre el Poder Judicial y del Comité

de Asuntos Exteriores. En contraste con mi formación itinerante, Joe tenía

profundas raíces en Scranton, Pensilvania, y se sentía orgulloso de su

herencia de clase trabajadora irlandesa. (Solo un tiempo después, cuando ya

habíamos sido elegidos, descubrimos que nuestros respectivos antepasados

irlandeses, ambos zapateros, habían abandonado Irlanda para venir a

Estados Unidos con apenas cinco semanas de diferencia.) Y si a mí me

veían como alguien de personalidad tranquila y serena, comedido en el uso

de las palabras, Joe era pura cordialidad, un hombre sin inhibiciones, feliz

de compartir lo que se le venía a la cabeza. Era una característica

entrañable, porque de verdad le gustaba la gente. Se notaba en su forma de

ganarse a las personas en una sala, en su rostro bien parecido, siempre con

una sonrisa deslumbrante (y a pocos centímetros de la cara de la persona a

la que hablaba). Les preguntaba de dónde eran y luego contaba una historia

sobre cuánto le gustaba esa ciudad («Tienen la mejor pizza calzone que he

probado en la vida»), o cómo seguramente conocerían a no sé quién («Un

tipo extraordinario, muy buena gente»), elogiaba a sus niños («¿Alguien te

ha dicho alguna vez lo guapo que eres?»), o a sus madres («¡No puedes

tener más de cuarenta años!»), y así con la siguiente persona, y luego otra,

hasta que estaba seguro de haber interactuado con todos y cada uno de los

que estaban en la habitación en un aluvión de apretones de manos, abrazos,

besos, palmaditas en la espalda, cumplidos y chistes.

El entusiasmo de Joe tenía sus desventajas. En una ciudad repleta de

gente a la que le gustaba oírse hablar, no había nadie que le pudiese igualar.

Si se programaba un discurso de quince minutos, Joe se tomaba como

mínimo media hora. Si se disponía solo de media hora, no había manera de

saber cuánto tiempo iba a durar. Sus monólogos en las audiencias del

comité eran legendarios. Cada cierto tiempo, su ausencia de filtro le ponía

en apuros, como en aquella ocasión en las primarias cuando me describió

como «un tipo expresivo y brillante y limpio y guapo», una frase que sin

duda tenía la intención de ser un cumplido, pero que algunos interpretaron

como el tipo de características más destacables en un hombre negro.

A medida que fui conociendo a Joe, sin embargo, descubrí que sus gaffes

ocasionales eran insignificantes comparadas con sus fortalezas. En asuntos

domésticos, era inteligente, práctico y hacía los deberes. Tenía una amplia y

profunda experiencia en política exterior. Durante su relativamente efímera

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