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Una-tierra-prometida (1)

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Le di un beso en la cabeza y la abracé fuerte para que no viera mis ojos

llorosos.

Esas eran mis hijas. Eso era a lo que había renunciado al pasar tanto

tiempo fuera. Y por eso valieron la pena los días que robamos aquel agosto

para viajar a Hawái, incluso aunque nos hicieran perder un poco de terreno

frente a McCain en las encuestas. Chapotear en el mar con las niñas, dejar

que me enterraran en la arena sin tener que decirles que tenía una

teleconferencia o que me tenía que ir al aeropuerto: valió la pena. Mirar la

puesta del sol en el Pacífico abrazado a Michelle, escuchando sin más el

sonido del viento y el murmullo de las palmeras: valió la pena.

También ver a Toot encorvada en el sofá del salón, levantando apenas la

cabeza pero aun así sonriendo con silenciosa satisfacción mientras sus

bisnietas se reían y jugaban en el suelo, su moteada mano de venas azules

apretando la mía tal vez por última vez.

Una preciosa comunión.

Mientras estuve en Hawái no pude dejar la campaña completamente de

lado. El equipo me ponía al día, tenía que hacer llamadas de agradecimiento

a simpatizantes, un borrador preliminar del discurso para la convención que

había enviado a Favs. Y además estaba la única decisión trascendental que

debía tomar en ese momento como candidato.

¿Quién iba a ser mi compañero de candidatura?

Había reducido las opciones al gobernador de Virginia, Tim Kaine, y al

senador por Delaware, Joe Biden. En aquel momento me sentía más

cercano a Tim, porque había sido el primer cargo electo importante que

fuera de Illinois había dado su apoyo a mi candidatura y había trabajado

duro como uno de nuestros mejores suplentes en la campaña. Nuestra

amistad había surgido de manera natural. Teníamos prácticamente la misma

edad, nuestras raíces del Medio Oeste eran parecidas, nuestras

personalidades eran parecidas, hasta nuestro currículum era parecido. (Tim

había trabajado en una misión en Honduras cuando estudiaba en la Escuela

de Derecho de Harvard y había ejercido como abogado en cuestiones de

derechos civiles antes de meterse en política.)

En cuanto a Joe, no podíamos ser más distintos, al menos sobre el papel.

Era diecinueve años mayor que yo. En mi caso, me presentaba como un

ajeno a Washington; Joe llevaba treinta y cinco años en el Senado, incluidos

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