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Una-tierra-prometida (1)

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En mi opinión, estábamos cerca de ese punto. Nuestra seguridad nacional

requería de un Irak estable y no un escaparate para nuestra capacidad de

construir naciones. Petraeus, por su parte, creía que sin una mayor inversión

por parte de Estados Unidos, cualquiera de los progresos que habíamos

logrado aún era fácilmente reversible.

Le pregunté en cuánto tiempo se podrían percibir como permanentes.

¿Dos años? ¿Cinco? ¿Diez?

No me supo responder. Pero en su opinión lo único que iba a conseguir

anunciando un cronograma de retirada era dar al enemigo la oportunidad de

sentarse a esperar a que nos largáramos.

¿Pero es que acaso no iba a ser siempre así?

Estuvo de acuerdo.

¿Y qué había de las encuestas que indicaban que una fuerte mayoría de

iraquíes, tanto chiíes como suníes, estaban hartos de la ocupación y querían

que nos marcháramos cuanto antes posible?

Contestó que ese era un problema que íbamos a tener que gestionar.

La conversación fue cordial y no podía culpar a Petraeus por desear

cumplir la misión. Si estuviese en su lugar, le dije, también desearía lo

mismo. Pero el trabajo de un presidente consiste en mirar las cosas con una

perspectiva más amplia, y al igual que yo, él también tenía que considerar a

veces las ventajas, desventajas y limitaciones de ciertas cuestiones mientras

que los oficiales que estaban a su cargo no tenían que hacerlo. Como

nación, ¿de qué forma debíamos ponderar dos o tres años más de presencia

en Irak a un precio de casi diez mil millones de dólares mensuales frente a

la necesidad de neutralizar a Bin Laden y desmantelar las operaciones del

núcleo de Al Qaeda en el noroeste de Paquistán? ¿Y las escuelas y

carreteras que no se estaban construyendo en nuestro propio país? ¿Y la

falta de preparación ante una posible nueva crisis? ¿Y el precio humano que

estaban pagando nuestras tropas y sus familias?

El general Petraeus asintió educadamente y dijo que esperaba verme

después de las elecciones. Cuando nuestra comitiva se despidió ese día,

dudaba de haberlo persuadido de la sensatez de mi propuesta más de lo que

él me había persuadido a mí.

¿Estaba preparado para ser un líder mundial? ¿Tenía las habilidades

diplomáticas, el conocimiento y la fuerza, la autoridad para dirigir? El saldo

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