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Una-tierra-prometida (1)

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encontrarnos con el primer ministro Maliki. Era una figura severa,

vagamente parecido a Nixon, con la cara alargada, barba de un día y una

mirada evasiva. Tenía motivos para estar nervioso, su nuevo trabajo era tan

difícil como peligroso. Trataba de equilibrar las demandas domésticas de

facciones de poder chiita que lo habían llevado a la presidencia con la

población sunita que había dominado al país con Sadam. Aparte, tenía que

gestionar las presiones de sus benefactores estadounidenses y de los vecinos

iraníes. Es más, los vínculos de Maliki con Irán, donde había vivido varios

años durante su exilio, así como sus incómodas alianzas con ciertas milicias

chiíes, lo habían convertido en anatema para Arabia Saudí y otros de

nuestros aliados en la región del golfo Pérsico, lo que ponía de relieve hasta

qué punto la invasión de Estados Unidos había fortalecido la posición

estratégica de Irán.

Resultaba difícil saber si alguien en la Casa Blanca de la era Bush había

analizado una consecuencia tan predecible antes de enviar tropas a Irak,

pero de lo que no había duda era de que la Administración no estaba

contenta con la situación en ese momento. En las conversaciones que tuve

con varios diplomáticos y generales de alto rango me quedó claro que el

interés de la Casa Blanca por mantener una gran presencia militar en Irak

excedía los simples deseos de asegurar la estabilidad y reducir la violencia.

Se trataba también de evitar que Irán sacara ventaja del desastre que

habíamos organizado.

Dado que la cuestión estaba siendo dominante tanto en el Congreso como

en la campaña, le pregunté a Maliki a través del intérprete si creía que Irak

estaba listo para una retirada de tropas de Estados Unidos. A todos nos

sorprendió su respuesta tajante: aunque manifestó un profundo

agradecimiento por las acciones de las fuerzas de Estados Unidos y de Gran

Bretaña, y esperaba que ayudáramos a pagar el adiestramiento y

mantenimiento de las fuerzas iraquíes, coincidió conmigo en que era hora

de establecer un calendario para la retirada de nuestras tropas.

Las motivaciones de Maliki para acelerar la retirada no estaban claras.

¿Lo hacía por un orgulloso nacionalismo? ¿Era un indicador de su simpatía

proiraní? ¿O de su voluntad de consolidar su poder? En lo que concierne al

debate político en Estados Unidos, la posición de Maliki tenía un

significado claro. Una cosa era que la Casa Blanca o John McCain

rechazaran mis peticiones de una retirada pautada tildándola de débil e

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