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Una-tierra-prometida (1)

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aprobación de en torno al 30 por ciento y una guerra extremadamente

impopular.

No estaba seguro de poder vencer a la versión de John McCain del año

2000, pero cada día me sentía más confiado de que podía vencer a su

versión de 2008.

No estoy diciendo que pensara que fuera a ser fácil. En una contienda

contra un héroe de Estados Unidos, las elecciones no se iban a definir solo

por los asuntos a tratar. Sospechábamos que la cuestión central iba a girar

en torno a si la mayoría de votantes podían sentirse cómodos con la idea de

que un senador joven, inexperto y afroamericano —que nunca había

formado parte de las fuerzas militares, ni siquiera del poder ejecutivo—

pudiera cumplir el papel de comandante en jefe.

Sabía que si quería ganarme la confianza de los estadounidenses en este

frente, tenía que hablar desde una posición lo más informada posible, sobre

todo en lo que tenía que ver con el papel de la nación en Irak y Afganistán.

Por ese motivo, solo unas semanas después de cerrar la candidatura,

decidimos que me iba a embarcar en un viaje de nueve días al extranjero.

La agenda era brutal: además de una breve parada en Kuwait y tres días en

el terreno en Irak y Afganistán, iba a reunirme con los líderes de Israel,

Jordania, Reino Unido y Francia, además de dar un discurso en Berlín sobre

nuestras principales posturas en política exterior. Si conseguíamos realizar

un viaje exitoso, no solo disiparíamos las preocupaciones que algunos

votantes podían tener sobre mi capacidad para actuar de manera efectiva en

un escenario mundial, sino que también pondría de relieve —en un

momento en que los votantes se sentían profundamente perturbados por las

tensas alianzas de los años de Bush— el aspecto que tendría una nueva

etapa de liderazgo estadounidense.

Por supuesto, con la prensa política buscando objeciones triviales a cada

uno de mis movimientos, había grandes probabilidades de que algo saliera

mal. Cualquier simple error podía reforzar la idea de que no estaba listo

para el desafío y hundir nuestra campaña. Mi equipo llegó a la conclusión

de que valía la pena arriesgarse.

«Va a ser como caminar por la cuerda floja sin red —dijo Plouffe—, y

eso si estamos finos.»

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