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Una-tierra-prometida (1)

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ocasión) y jamás perdía la oportunidad de salir en los programas de noticias

de los domingos por la mañana.

Entre sus colegas, tenía fama de ser volátil, pero también de acabar

rápidamente con las pequeñas discrepancias, con su pálido rostro enrojecido

y su aflautada voz elevándose en cuanto percibía el primer signo de

desprecio. Con todo, no era dogmático. Respetaba no solo las costumbres

del Senado sino nuestras instituciones de gobierno y nuestra democracia.

Jamás le vi exhibir ese proteccionismo nativista teñido de racismo que

muchas veces tenían otros políticos republicanos, y en más de una ocasión

vi en él gestos de verdadero coraje político.

En una ocasión en la que estábamos los dos de pie en el foso del Senado

esperando para votar, John me confesó que no podía soportar a algunos

«locos» de su propio partido. Yo sabía que eso formaba parte de su

estrategia; apelar en privado a la sensibilidad de los demócratas, para luego

votar con su grupo el 90 por ciento de las veces. Pero el desprecio que

mostraba por la facción de extrema derecha de su partido no era una

actuación. Y en un contexto cada vez más polarizado, el equivalente

político a una guerra santa, las discretas herejías de McCain, su rechazo a

manifestarse a favor de la verdadera fe, tenían un alto coste. Los «locos» de

su partido no confiaban en él, lo consideraban un «RINO» (Republican in

Name Only ), un republicano solo de nombre al que la banda de Rush

Limbaugh atacaba con frecuencia.

Desafortunadamente para McCain, fueron precisamente estas voces de

extrema derecha, no los republicanos favorables a los negocios, de

opiniones fuertes en cuestiones de defensa y moderados en cuestiones

sociales a los que apelaba McCain y con los que se sentía más cómodo, los

que con mayor probabilidad votaran en las primarias. Mientras avanzaban

las primarias republicanas y McCain trataba de ganarse el favor de las

mismas personas que aseguraba despreciar —fue abandonando cualquier

pretensión de rectitud fiscal mostrándose a favor de recortes incluso

mayores que los de Bush y contra los que él mismo había votado en alguna

ocasión, y evitaba asumir una postura sobre el cambio climático para poder

apoyar los combustibles fósiles— me pareció que en su interior se estaba

produciendo un cambio. Parecía dolorido, indeciso: el que había sido una

vez un guerrero alegre, impertinente, se había convertido en un hosco

empleado de Washington atado a un presidente en ejercicio con una

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