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Una-tierra-prometida (1)

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enorme rompecabezas matemático. ¿Qué combinación de estados hay que

ganar para conseguir el requisito de los doscientos setenta votos

electorales? Durante al menos veinte años, los candidatos de los dos

partidos habían respondido de la misma forma: dando por descontado que la

mayoría de los estados eran invariablemente republicanos o demócratas, y

concentrando todo su tiempo y dinero en el puñado de estados que

constituían enormes campos de batalla, como Ohio, Florida, Pensilvania y

Michigan.

Plouffe tenía una idea distinta. Una de las felices consecuencias de

nuestras interminables primarias era que habíamos hecho campaña hasta en

el último rincón del país. En muchos estados que a lo largo de la historia los

demócratas habían ignorado, teníamos voluntarios experimentados en el

combate. ¿Por qué no usábamos esa ventaja para competir en territorios

tradicionalmente republicanos? Basándose en los datos, Plouffe estaba

convencido de que podíamos ganar en estados del Oeste como Colorado y

Nevada, y con un fuerte aumento en la participación de las minorías y de

los votantes jóvenes, creía que incluso teníamos alguna oportunidad en

Carolina del Norte (un estado en el que ningún demócrata había ganado una

elección presidencial desde Jimmy Carter en 1976) y Virginia (donde no

había ganado ningún demócrata desde Lyndon Johnson en 1964). Ampliar

el mapa electoral nos mostraría caminos más variados hacia la victoria,

sostenía Plouffe, y también ayudaría a los candidatos demócratas con

menos votos. Como mínimo, obligaría a John McCain y al Partido

Republicano a gastar recursos en apuntalar sus flancos más vulnerables.

Entre los varios republicanos que habían competido por la candidatura a

la presidencia, me parecía que McCain era el que más se merecía el premio.

Antes de ir a Washington le había admirado de lejos, no solo por sus

servicios como piloto de la Marina y por el inmenso valor que había

mostrado durante los desgarradores cinco años y medio que había pasado

como prisionero de guerra, sino por como había manejado su campaña a la

presidencia en el 2000, su sensibilidad inconformista y su disposición para

oponerse a la ortodoxia del Partido Republicano en temas como la

inmigración y el cambio climático. Aunque no tuvimos mucho contacto en

el Senado, siempre me parecía divertido y perspicaz, ágil a la hora de

señalar las pretensiones e hipocresías de ambas partes. Le gustaba ser el

predilecto de la prensa acreditada («mi circunscripción» la llamó en cierta

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