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Una-tierra-prometida (1)

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—Acabo de recibir nuestras cifras de esta noche... vamos doce puntos

por debajo en Indiana. No creo que lo consigamos.

Por un instante todo el mundo se quedó callado. Yo le dije entonces:

—Axe, te quiero, pero eres un bajón. Coge algo para beber y siéntate con

nosotros, o lárgate de aquí.

Axe se encogió de hombros y se marchó, llevándose sus preocupaciones

con él. Miré a mis amigos y alcé la cerveza para proponer un brindis.

—Por la audacia de la esperanza —dije.

Brindamos con nuestros botellines y seguimos riendo tan fuerte como

antes.

Gibbs me leyó los resultados de las elecciones veinticuatro horas más tarde,

en una habitación de hotel en Raleigh. Habíamos ganado en Carolina del

Norte por catorce puntos. Pero lo que era aún más sorprendente es que

habíamos conseguido un eficaz empate en Indiana, donde habíamos perdido

apenas por unos miles de votos. Quedaban otras seis disputas antes del

cierre oficial de la temporada de primarias demócratas, y faltaban algunas

semanas para que Hillary diera su postergado aunque amable discurso de

resignación donde me daba su apoyo, pero lo que demostraban los

resultados de aquella noche era que básicamente la carrera había terminado.

Iba a ser el candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos.

En el discurso de aquella noche comencé a tratar el tema de las

elecciones generales, consciente de que no podíamos perder ni un minuto, y

le dije al público que confiaba en que los demócratas se unieran para

impedir que John McCain continuara con el legado de George W. Bush.

Pasé un buen rato con Axe hablando de posibles compañeros para la

candidatura, y luego llamé a Toot para contarle la noticia. («Realmente es

algo importante, Bar», me dijo.) Bien pasada la medianoche, llamé a

Plouffe a nuestra sede central en Chicago y juntos repasamos lo que

teníamos que hacer para prepararnos para la convención, faltaban menos de

tres meses.

Más tarde, en la cama e incapaz de dormir, hice un repaso general en

silencio. Pensé en Michelle, que había aguantado mis ausencias, se había

mantenido al frente del hogar y había superado sus reticencias a la política

para convertirse en una persona efectiva e intrépida en la campaña. Pensé

en mis hijas, que seguían siendo tan alegres, adorables y cautivadoras como

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