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Una-tierra-prometida (1)

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Y aún le sigo dando vueltas a esa serie de palabras pésimamente elegidas.

No fue solo porque nos sometieran a una nueva ronda de golpes a manos de

la prensa y de la campaña Clinton —aunque eso no fue particularmente

divertido—, sino porque las palabras acabaron teniendo una larga vida

después. Las expresiones «resentidos» y «se aferran a las armas o a la

religión» se recordaron con facilidad, como el estribillo de una canción pop,

y siguieron citándolas ya muy avanzada mi presidencia como prueba de que

no era capaz de comprender o de llegar a la clase trabajadora blanca, ni

siquiera cuando mis opiniones y políticas demostraban con mucho lo

contrario.

Tal vez esté exagerando las consecuencias de esa noche. Tal vez las cosas

tenían que suceder de la manera en que ocurrieron, lo que me fastidia es el

simple hecho de haber metido la pata y sigue sin gustarme que me

malinterpretaran. Quizá estoy molesto por la enorme atención y delicadeza

con la que se ha de enunciar hasta lo más obvio: que es posible comprender

y empatizar con esas frustraciones de los votantes blancos sin negar la

facilidad con la que, a lo largo de la historia de Estados Unidos, los

políticos han redirigido las frustraciones acerca de la situación económica y

social de los blancos hacia los negros y los mestizos.

Una cosa es segura. Los efectos colaterales de mi gaffe aquella noche le

dieron a mi inquisidora en San Francisco una mejor respuesta de lo que

cualquier réplica verbal mía le habría dado.

Nos arrastramos durante el resto de la campaña en Pensilvania. El debate

final fue en Filadelfia, un acto despiadado que consistió casi

exclusivamente en preguntas sobre pines de banderas, reverendos Wright y

los «resentidos». Tras haber hecho campaña por todo el estado, una Hillary

fortalecida manifestó un aprecio recién descubierto por el derecho a las

armas: la llamé Annie Oakley. Perdimos por nueve puntos.

Igual que había sucedido en las primarias de Ohio y Texas, el resultado

no tuvo un gran impacto en nuestra ventaja de delegados. Pero nadie podía

negar que habíamos recibido un duro golpe. Los expertos políticos

especulaban que si los resultados de las dos siguientes contiendas (Indiana,

donde Hillary tenía una sólida ventaja, y Carolina del Norte, donde nosotros

éramos claramente favoritos) mostraban demasiado desgaste en nuestros

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