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Una-tierra-prometida (1)

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—Cuando vas a uno de esos pequeños pueblos de Pensilvania —dije—,

igual que a muchos otros pueblos pequeños del Medio Oeste, ves que los

puestos de trabajo han ido desapareciendo durante los últimos veinticinco

años y que nada los ha reemplazado. Cayeron durante la Administración

Clinton y durante la Administración Bush, y sucesivamente todas las

administraciones han dicho que iban a revitalizar esas comunidades de

alguna manera, pero nunca lo han hecho.

Hasta ahí, todo bien. Pero entonces agregué:

—No es nada sorprendente que estén resentidos, que se aferren a las

armas o a la religión, que sientan antipatía hacia quienes no son como ellos,

o tengan sentimientos antinmigración o anticomercio como maneras de

expresar su frustración.

Puedo reproducir la cita exacta aquí porque entre el público aquella

noche se encontraba una escritora independiente que me estaba grabando.

En su opinión, mis palabras eran arriesgadas porque reforzaban los

estereotipos negativos que algunos californianos tenían sobre los votantes

blancos de clase trabajadora y, por lo tanto, le pareció que valía la pena

escribirlo en un blog del Huffington Post . (Una decisión, por cierto, que

respeto, aunque me habría encantado que me hubiera contactado antes de

redactar la noticia. Eso es lo que distingue a los escritores liberales de sus

colegas conservadores: la disposición a despellejar a políticos de su propio

bando.)

Aún hoy me gustaría regresar a aquella frase y hacer unas pocas y

sencillas correcciones: «No es nada sorprendente que estén frustrados —

diría en la versión revisada— y recurran a las costumbres y al estilo de vida

que han sido las constantes en su vida, ya sea la fe, la caza o el trabajo

obrero, o a ideas más tradicionales de familia y comunidad. Cuando los

republicanos les dicen que los demócratas despreciamos todo eso —o

cuando nosotros mismos les damos motivos para que lo crean— entonces ni

las mejores políticas del mundo pueden importarles mucho».

Eso era lo que pensaba. Y esa era la razón por la que me habían elegido

algunos votantes blancos de las zonas rurales del sur del estado de Illinois y

de Iowa: porque percibían que, a pesar de que no estábamos de acuerdo en

cuestiones como el aborto o la inmigración, en términos generales yo los

respetaba y me preocupaba por ellos. En cierto modo, me resultaban mucho

más familiares que las personas con las que había hablado aquella noche en

San Francisco.

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