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Una-tierra-prometida (1)

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«Tengo que dar un discurso sobre la raza —le dije a Plouffe—. La única

forma de lidiar con esto es dar un paso más y ubicar al reverendo Wright en

algún tipo de contexto. Y tengo que hacerlo en los próximos días.»

El equipo se mostró escéptico. Teníamos la agenda de los próximos tres

días abarrotada de eventos y sin tiempo real para dedicarle a lo que podía

acabar siendo el discurso más significativo de la campaña. Pero no

teníamos otra opción. Un sábado por la noche, tras un largo día de campaña

en Indiana, me fui a casa en Chicago y me pasé una hora al teléfono con

Favs dictándole el argumento que tenía en mente. Quería contar hasta qué

punto el reverendo Wright y la iglesia Trinity eran representativos del

legado racial de Estados Unidos, cómo las instituciones y los individuos

que personificaban valores de fe y trabajo, familia y comunidad, educación

y ascenso social, todavía podían albergar rencor y sentirse traicionados por

un país al que amaban.

Pero tenía que hacer mucho más que eso. Había que explicar también la

otra parte, por qué los blancos de Estados Unidos podían oponerse, y hasta

ofenderse, ante los reclamos de injusticia por parte de los negros, por qué

podían sentirse disgustados ante la suposición de que todos los blancos eran

racistas, o que sus propios miedos o dificultades cotidianas eran menos

legítimas.

Si no éramos capaces de reconocer la realidad del otro —quería sostener

—, jamás podríamos resolver los problemas a los que se enfrentaba Estados

Unidos. Y para dar a entender lo que significaba ese reconocimiento,

pensaba incluir una historia que había contado en mi primer libro, pero que

jamás había mencionado en un discurso político: el dolor y el desconcierto

que había sufrido de adolescente, cuando Toot me relató el miedo que había

sentido ante un mendigo en la parada de autobús; no solo porque se había

comportado de modo agresivo, sino también porque era negro. Aquello no

me hizo quererla menos, mi abuela formaba parte de mí de la misma

manera que, indirectamente, también el reverendo Wright.

Y del mismo modo, ambos formaban parte de la familia estadounidense.

A punto de concluir la conversación con Favs, recordé la única ocasión

en la que Toot y el reverendo Wright habían coincidido. Había sido en mi

boda, el reverendo Wright había abrazado a mi madre y a mi abuela, y les

había dicho que habían hecho un trabajo maravilloso con mi educación, que

debían sentirse orgullosas. Toot sonrió como pocas veces la vi sonreír, y

después le susurró a mi madre que el pastor parecía encantador, aunque más

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