Una-tierra-prometida (1)

eimy.yuli.bautista.cruz
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07.09.2022 Views

llamada a las tres de la madrugada» durante una crisis. Después de aquello,perdimos Ohio (de forma contundente) y Texas (por poco).En el vuelo de regreso de San Antonio a Chicago tras las primarias, elequipo estaba de un humor sombrío. Michelle apenas dijo nada. CuandoPlouffe intentó aliviar las cosas anunciando que habíamos ganado enVermont, lo único que consiguió fue que la gente se encogiera de hombros.Cuando otro propuso la teoría de que habíamos muerto y entrado alpurgatorio, y que nuestro destino era debatir con Hillary por toda laeternidad, nadie sonrió. Se parecía demasiado a la realidad.Los triunfos de Hillary no modificaron de forma significativa el númerode delegados, pero sí le dieron el empuje necesario a su campaña paragarantizar al menos dos meses más de amargas primarias. Los resultadostambién le dieron nuevas armas para unos argumentos que al parecer ibanteniendo cada vez más adeptos entre la prensa: que yo no conectaba con losvotantes blancos de clase trabajadora, que en el mejor de los casos loslatinos sentían indiferencia por mí y que en unas elecciones tan importantesesas debilidades podían convertirme en un candidato demócrata demasiadoarriesgado.Solo una semana más tarde, yo mismo empecé a dudar si no tendríanrazón.Había pasado más de un año sin que pensara demasiado en mi pastor, elreverendo Jeremiah Wright, pero el 13 de marzo descubrimos al despertarque ABC News había recopilado una serie de vídeos cortos con fragmentosde discursos seleccionados de distintos años, y lo habían editado hábilmentepara que ocupara un tramo de dos minutos en Good Morning America . Allísalía el reverendo Jeremiah Wright refiriéndose a Estados Unidos como«los Estados Unidos del Ku Klux Klan». Y salía también el reverendoWright diciendo: «Nada de Dios bendice a Estados Unidos. Dios maldice aEstados Unidos». Allí estaba el reverendo Wright, a todo color, diciendoque la tragedia del 11 de septiembre tal vez podía explicarse en parte pornuestra historia de intervenciones militares y nuestra violencia gratuita en elextranjero, como queriendo decir «Estados Unidos... al final todo se paga».El vídeo estaba editado sin contexto ni historia. En realidad, no podríahaber ilustrado con mayor claridad el radicalismo negro, ni ofrecer un

instrumento quirúrgico más efectivo para ofender al estadounidense medio.Era una especie de delirio de Roger Ailes.Pocas horas después de su primera emisión, el vídeo ya circulaba portodas partes. Para mi equipo de campaña fue como si un torpedo noshubiese atravesado el casco. Emití un comunicado contundente en el quecensuraba los sentimientos que se expresaban en el vídeo, al tiempo quetambién dejaba claro el gran trabajo que tanto el reverendo Wright como laiglesia Trinity habían hecho en Chicago. Al día siguiente, asistí a unareunión previamente agendada con la junta editorial de dos periódicos yluego hice una ronda de entrevistas para canales de televisión, condenandoen todas las ocasiones las opiniones expresadas en el vídeo. Pero ningunareunión mía podía compensar el daño que se había hecho. La imagen delreverendo Wright siguió circulando por las pantallas de televisión, elparloteo en los canales continuó sin interrupción, y hasta Plouffe llegó areconocer que tal vez no íbamos a sobrevivir a aquello.Más tarde, Axe y Plouffe se culparon a sí mismos de no haber hecho quenuestros documentalistas consiguieran esos vídeos un año antes, tras eléxito del artículo en Rolling Stone , lo que nos habría dado más tiempo paraelaborar un plan de control de daños. Pero yo sabía que la culpa caíaenteramente sobre mí. Puede que no estuviera en la iglesia cuandosucedieron esos sermones ni oyera al reverendo Wright usar un lenguaje tanexplosivo, pero conocía demasiado bien las ocasionales sacudidas deindignación dentro de la comunidad negra —mi comunidad— quecanalizaba el reverendo Wright. En cuestiones de raza, yo sabía cuándistintas seguían siendo las perspectivas entre blancos y negros en EstadosUnidos, al margen de lo mucho que tenían en común. Haber creído quepodía ser un puente entre ambos mundos había sido pura soberbia por miparte, la misma soberbia que me había llevado a asumir que podía entrar ysalir de una institución tan compleja como la iglesia Trinity, encabezada porun hombre tan complejo como el reverendo Wright, y elegir, como si fueraun menú, solo lo que me gustaba. Tal vez podía hacer eso como ciudadanoy en privado, pero no como una figura pública que se postulaba a lapresidencia.En cualquier caso, ya era demasiado tarde. Y si bien en la política, comoen la vida, hay ciertos momentos en que la evasión, cuando no la mismafuga, es el mayor gesto de valentía, hay otros en que la única opción esarmarse de valor y lanzar un órdago.

instrumento quirúrgico más efectivo para ofender al estadounidense medio.

Era una especie de delirio de Roger Ailes.

Pocas horas después de su primera emisión, el vídeo ya circulaba por

todas partes. Para mi equipo de campaña fue como si un torpedo nos

hubiese atravesado el casco. Emití un comunicado contundente en el que

censuraba los sentimientos que se expresaban en el vídeo, al tiempo que

también dejaba claro el gran trabajo que tanto el reverendo Wright como la

iglesia Trinity habían hecho en Chicago. Al día siguiente, asistí a una

reunión previamente agendada con la junta editorial de dos periódicos y

luego hice una ronda de entrevistas para canales de televisión, condenando

en todas las ocasiones las opiniones expresadas en el vídeo. Pero ninguna

reunión mía podía compensar el daño que se había hecho. La imagen del

reverendo Wright siguió circulando por las pantallas de televisión, el

parloteo en los canales continuó sin interrupción, y hasta Plouffe llegó a

reconocer que tal vez no íbamos a sobrevivir a aquello.

Más tarde, Axe y Plouffe se culparon a sí mismos de no haber hecho que

nuestros documentalistas consiguieran esos vídeos un año antes, tras el

éxito del artículo en Rolling Stone , lo que nos habría dado más tiempo para

elaborar un plan de control de daños. Pero yo sabía que la culpa caía

enteramente sobre mí. Puede que no estuviera en la iglesia cuando

sucedieron esos sermones ni oyera al reverendo Wright usar un lenguaje tan

explosivo, pero conocía demasiado bien las ocasionales sacudidas de

indignación dentro de la comunidad negra —mi comunidad— que

canalizaba el reverendo Wright. En cuestiones de raza, yo sabía cuán

distintas seguían siendo las perspectivas entre blancos y negros en Estados

Unidos, al margen de lo mucho que tenían en común. Haber creído que

podía ser un puente entre ambos mundos había sido pura soberbia por mi

parte, la misma soberbia que me había llevado a asumir que podía entrar y

salir de una institución tan compleja como la iglesia Trinity, encabezada por

un hombre tan complejo como el reverendo Wright, y elegir, como si fuera

un menú, solo lo que me gustaba. Tal vez podía hacer eso como ciudadano

y en privado, pero no como una figura pública que se postulaba a la

presidencia.

En cualquier caso, ya era demasiado tarde. Y si bien en la política, como

en la vida, hay ciertos momentos en que la evasión, cuando no la misma

fuga, es el mayor gesto de valentía, hay otros en que la única opción es

armarse de valor y lanzar un órdago.

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