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Una-tierra-prometida (1)

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me siento realmente orgullosa de mi país... porque creo que la gente está

sedienta de un cambio».

Fue un gaffe de libro —unas pocas palabras improvisadas que los medios

de comunicación conservadores pudieron trocear, recortar y convertir en

armas arrojadizas—, una versión un poco torpe de algo que ella ya había

dicho muchas veces en sus discursos sobre lo orgullosa que se sentía por el

rumbo que había tomado nuestro país y el prometedor aumento de la

participación política. En gran parte fue culpa mía y de mi equipo.

Habíamos incorporado a Michelle a la gira sin nadie que le ayudara a

escribir los discursos, sin sesiones preparatorias ni los resúmenes con los

que yo contaba siempre, una infraestructura que me mantenía organizado y

al día. Había sido como enviar a un civil a la línea de fuego sin un chaleco

antibalas.

No les importó. Los reporteros lo pillaron al vuelo y especularon sobre en

qué medida aquellos comentarios de Michelle podían afectar a la campaña y

hasta dónde revelaban los verdaderos sentimientos de los Obama. Entendí

que aquello formaba parte de un programa oculto mucho más grande y

desagradable: hacer un retrato nuestro deliberadamente negativo y que

funcionara por acumulación, construyéndolo con estereotipos, avivándolo

con el miedo, para alimentar así el nerviosismo general en torno a la idea de

que una persona negra tomara las decisiones más importantes del país y

viviera con su familia negra en la Casa Blanca. Pero no me preocupó tanto

el impacto que todo aquello iba a tener en la campaña; me dolió mucho más

lo que habían herido a Michelle, que hubieran hecho dudar de sí misma a

mi fuerte, inteligente y hermosa mujer. Después del traspié en Wisconsin,

me recordó que ella jamás había querido ocupar el centro de atención y que

si su presencia durante la campaña perjudicaba más de lo que ayudaba,

prefería quedarse en casa. Le aseguré que la campaña le iba a proporcionar

más ayuda, e insistí en que ella era una figura mucho más atractiva para los

votantes de lo que yo podría serlo nunca. Pero nada de lo que dije hizo que

se sintiera mejor.

Durante todos esos altibajos emocionales, nuestra campaña siguió

creciendo. Cuando llegamos al Supermartes, el tamaño de nuestra

organización se había multiplicado, el modesto emprendimiento se había

transformado en una operación más segura y bien financiada. Las

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