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Una-tierra-prometida (1)

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Aun así, al menos según algunos comentaristas, Michelle era... diferente,

no tenía pasta de primera dama. Decían que parecía «enfadada». Un sector

de las noticias de la Fox la llamaba «la mami de Obama». Y no eran

solamente los medios conservadores. La columnista del New York Times

Maureen Dowd publicó un artículo en el que insinuaba que cuando

Michelle bromeaba en sus discursos retratándome como un padre un poco

inútil al que se le quedaba el pan duro en la cocina y dejaba ropa sucia por

ahí (ganándose así la risa comprensiva de su público), no humanizaba mi

figura, sino que más bien la «castraba» y perjudicaba mis posibilidades de

ser elegido.

Ese tipo de observaciones eran poco frecuentes y parte del equipo las

consideraba a la altura de las típicas bajezas de las campañas, pero Michelle

no lo vivía así. En su opinión, aparte de la camisa de fuerza que

supuestamente tenía que ponerse la esposa de un político (asistentes

adorables y obedientes, encantadoras sin ser testarudas; la misma camisa de

fuerza que había rechazado ponerse Hillary y cuya negativa había pagado

cara), había toda una serie añadida de estereotipos que se aplicaban solo a

las mujeres negras, temas recurrentes que las chicas negras absorbían como

toxinas desde el día en que veían por primera vez una Barbie rubia o

echaban sirope Aunt Jemima a sus tortitas: que no cumplían los estándares

establecidos de feminidad —que sus traseros eran demasiado grandes y su

pelo demasiado rizado, que eran demasiado chillonas o con mal genio o

muy tajantes con sus maridos—, que no solo eran «castradoras», sino

también masculinas.

Michelle había gestionado esa carga psicológica durante toda la vida, en

gran parte siendo meticulosa con su aspecto, manteniendo el control de sí

misma y de su entorno, y preparándose con diligencia para todo, incluso

cuando se trataba de negarse a que la intimidaran para convertirse en

alguien que no era. Fue extraordinario verla salir de una pieza, con tanta

elegancia y dignidad, igual que tantas otras mujeres negras que han

triunfado al enfrentarse a mensajes negativos.

Evidentemente, parte de la esencia de las campañas presidenciales es

perder alguna vez el control. A Michelle le sucedió justo antes de las

primarias en Wisconsin cuando, a mitad de un discurso en el que estaba

describiendo el asombro que sentía al ver la cantidad de gente a la que

nuestra campaña había motivado, dijo: «Por primera vez en mi vida adulta,

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