Una-tierra-prometida (1)

eimy.yuli.bautista.cruz
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07.09.2022 Views

desarrolló una estrategia que llevaríamos a cabo con el mismo enfoquedecidido que habíamos empleado en Iowa. Más que intentar ganar lasprimarias en los estados grandes e invertir mucho en televisión con el únicoobjetivo de mitigar las pérdidas, dedicamos mi tiempo y nuestros esfuerzossobre el terreno en los estados que celebraban el caucus —muchos de ellospequeños, rurales y abrumadoramente blancos—, donde el entusiasmo denuestros simpatizantes podía estimular una participación en cierto modoalta y representar triunfos desequilibrantes que podían traducirse en un grannúmero de delegados.Idaho fue un ejemplo. Para nosotros no tenía sentido enviar personalremunerado a un estado tan pequeño y firmemente republicano, pero sehabía organizado allí un resuelto grupo de voluntarios llamado «Idahonesespor Obama». El año anterior habían utilizado redes sociales como MySpacey Meetup para construir una comunidad y de ese modo estar al día de misopiniones sobre distintos temas, creado páginas personales de recaudaciónde fondos, organizado eventos y realizado una campaña estratégica en elestado. Pocos días antes del Supermartes, cuando Plouffe me dijo que envez de agregar un día extra en California —donde estábamos recortandodistancias a gran velocidad— había agendado un acto de campaña en Boise,confieso que tuve dudas. Pero ver el estadio Boise State abarrotado porcatorce mil idahoneses entusiastas acabó con mi escepticismo. Terminamosganando en Idaho por un margen tan amplio que obtuvimos más delegadosallí de los que Hillary obtuvo al ganar en New Jersey, un estado con unapoblación más de cinco veces superior.Eso se convirtió en la pauta. De las veintidós contiendas del Supermartes,trece salieron a nuestro favor, y si bien Hillary ganó en Nueva York y enCalifornia por unos pocos puntos en cada una, en total ganamos trecedelegados más que ella.Fue un logro increíble, una prueba de las habilidades y recursos dePlouffe, nuestro jefe de campaña, y de la mayor parte de nuestrosvoluntarios. Y dadas las preguntas que los comentaristas y el equipo decampaña de Clinton seguían agitando en cuanto a mi potencial en unaselecciones generales, sentí aún mayor satisfacción al haber arrasado en lallamada parte republicana del país.Lo que me sorprendió también fue la creciente importancia que latecnología tuvo en nuestras victorias. La extraordinaria juventud de nuestroequipo nos permitió adoptar y refinar las redes de contactos digitales que la

campaña de Howard Dean había puesto en marcha cuatro años antes.Nuestra condición de advenedizos nos obligaba a confiar una y otra vez enla energía y la creatividad de esos voluntarios maestros en la red. Millonesde pequeños donantes nos estaban ayudando a dar empuje a nuestracampaña, hipervínculos al correo permitían que nuestro mensaje decampaña llegara a rincones inconcebibles por las grandes empresas decomunicación, y nuevas comunidades se estaban formando entre gente queantes se hallaba aislada. Tras el Supermartes me sentía inspirado, pensabahaber vislumbrado el futuro, un redescubrimiento de la participación de lasbases que podría hacer que nuestra democracia funcionara de nuevo. Lo queno llegué a valorar del todo fue lo dúctil que llegaría a ser esa tecnología, lorápido que sería absorbida por intereses comerciales y empleada por lospoderes más establecidos, la facilidad con la que podría usarse no solo paraunir a las personas sino también para distraerlas o enfrentarlas, y cómoalgunas de esas mismas herramientas que un día me habían llevado a laCasa Blanca se acabarían volviendo en contra de todo lo que yorepresentaba.Pero esas conclusiones llegarían más tarde. Después del Supermartesentramos en racha, ganamos once primarias directas y designaciones decandidatos en un periodo de dos semanas, con un margen promedio del 36por ciento. Fue un estirón emocionante, casi surrealista, pero tanto el equipocomo yo hicimos todo lo posible por no anticiparnos demasiado; nosdábamos cuenta de que seguiría siendo una batalla campal —«¡Acordaos deNew Hampshire!» era el estribillo— y éramos conscientes de que todavíahabía mucha gente ahí fuera que quería vernos fracasar.En Las almas del pueblo negro , el sociólogo W. E. B. Du Bois describe la«doble conciencia» de los negros estadounidenses a inicios del siglo XX . Apesar de haber nacido y crecido en este suelo, de haberse formado en lasinstituciones de esta nación y haber sido educados en su credo, a pesar de lomucho que sus esforzadas manos y palpitante corazón han contribuido a laeconomía y cultura del país, a pesar de todo eso —escribe Du Bois— losnegros estadounidenses siguen siendo el eterno «Otro», siempre observandodesde la periferia; no se definen por lo que son, sino por lo que nuncaconsiguen ser.

campaña de Howard Dean había puesto en marcha cuatro años antes.

Nuestra condición de advenedizos nos obligaba a confiar una y otra vez en

la energía y la creatividad de esos voluntarios maestros en la red. Millones

de pequeños donantes nos estaban ayudando a dar empuje a nuestra

campaña, hipervínculos al correo permitían que nuestro mensaje de

campaña llegara a rincones inconcebibles por las grandes empresas de

comunicación, y nuevas comunidades se estaban formando entre gente que

antes se hallaba aislada. Tras el Supermartes me sentía inspirado, pensaba

haber vislumbrado el futuro, un redescubrimiento de la participación de las

bases que podría hacer que nuestra democracia funcionara de nuevo. Lo que

no llegué a valorar del todo fue lo dúctil que llegaría a ser esa tecnología, lo

rápido que sería absorbida por intereses comerciales y empleada por los

poderes más establecidos, la facilidad con la que podría usarse no solo para

unir a las personas sino también para distraerlas o enfrentarlas, y cómo

algunas de esas mismas herramientas que un día me habían llevado a la

Casa Blanca se acabarían volviendo en contra de todo lo que yo

representaba.

Pero esas conclusiones llegarían más tarde. Después del Supermartes

entramos en racha, ganamos once primarias directas y designaciones de

candidatos en un periodo de dos semanas, con un margen promedio del 36

por ciento. Fue un estirón emocionante, casi surrealista, pero tanto el equipo

como yo hicimos todo lo posible por no anticiparnos demasiado; nos

dábamos cuenta de que seguiría siendo una batalla campal —«¡Acordaos de

New Hampshire!» era el estribillo— y éramos conscientes de que todavía

había mucha gente ahí fuera que quería vernos fracasar.

En Las almas del pueblo negro , el sociólogo W. E. B. Du Bois describe la

«doble conciencia» de los negros estadounidenses a inicios del siglo XX . A

pesar de haber nacido y crecido en este suelo, de haberse formado en las

instituciones de esta nación y haber sido educados en su credo, a pesar de lo

mucho que sus esforzadas manos y palpitante corazón han contribuido a la

economía y cultura del país, a pesar de todo eso —escribe Du Bois— los

negros estadounidenses siguen siendo el eterno «Otro», siempre observando

desde la periferia; no se definen por lo que son, sino por lo que nunca

consiguen ser.

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