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Una-tierra-prometida (1)

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americanos y apuñaló a su mujer por intentar inscribir a sus dos hijas en una

escuela de Birmingham previamente solo para blancos. Le habían operado

recientemente de un tumor cerebral. Aunque estaba frágil y en silla de

ruedas, me invitó a hablar con él y mientras se iban reuniendo los de la

marcha me ofrecí a empujar su silla hasta el otro lado del puente.

«Eso me gustaría mucho», dijo el reverendo Shuttlesworth.

Y allá fuimos esa mañana extraordinariamente azul, cruzamos el puente

sobre el agua terrosa, rodeados de voces que cantaban de cuando en cuando

o entonaban plegarias. A cada paso me imaginaba cómo aquellos ancianos

y ancianas debieron de sentirse cuarenta años antes, con sus corazones

juveniles latiendo furiosamente mientras se enfrentaban a una falange de

hombres armados y a caballo. Eso me recordó lo livianas que eran mis

cargas en comparación con las suyas. El hecho de que siguieran

comprometidos con la lucha y que a pesar de los reveses y sufrimientos no

hubiesen sucumbido a la amargura me demostró que no tenía motivos para

sentirme cansado. Me sentí renovado en mi convicción de que estaba donde

tenía que estar y haciendo lo que tenía que hacer: que tal vez el reverendo

Lowery tenía razón en lo de que había cierto tipo de «locura buena» en el

ambiente.

Diez meses más tarde, cuando la campaña se trasladó a Carolina del Sur

durante la segunda y la tercera semanas de enero, supe que se iba a poner a

prueba nuestra fe una vez más. Necesitábamos una victoria con

desesperación. Sobre el papel el estado nos miraba con buenos ojos: los

afroamericanos tenían un alto porcentaje de votantes demócratas en las

primarias, y teníamos de nuestra parte a un buen puñado de políticos

veteranos y jóvenes activistas, tanto blancos como negros. Pero las

encuestas afirmaban que decrecía el número de apoyos de nuestros votantes

blancos, y no sabíamos si los votantes afroamericanos iban a sumar la

cantidad de votos que necesitábamos. Nuestra esperanza era acercarnos al

Supermartes con una victoria que no siguiera estrictamente las líneas

raciales. Pero si el esfuerzo de Iowa había demostrado las posibilidades de

un tipo de política más idealista, la campaña de Carolina del Sur terminó

siendo completamente distinta. Se convirtió en una trifulca, un ejercicio de

vieja política, enmarcado en un paisaje repleto de recuerdos de una historia

racial sangrienta y amarga.

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