Una-tierra-prometida (1)

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07.09.2022 Views

fue gracias a la confirmación del reverendo Moss y a que otros antiguoscompañeros de Martin Luther King —entre ellos el reverendo C. T. Viviande Atlanta o el reverendo Joseph Lowery de la Conferencia Sur deLiderazgo Cristiano— me impusieron sus proverbiales manos y apostaronpor mí como una extensión de su histórico trabajo que no hubo más líderesnegros que se inclinaran al principio por la campaña de Hillary.En ningún momento fue más evidente que en marzo de 2007, cuandoparticipé en la marcha del puente Edmund Pettus en Selma, Alabama, queorganizaba el congresista John Lewis todos los años. Desde hacía muchohabía querido peregrinar al lugar del Domingo Sangriento, que se habíaconvertido en el origen de la lucha por los derechos civiles, cuando losestadounidenses comprendieron plenamente lo que estaba en juego. LosClinton estarían allí, me dijeron, y antes de que los participantes seagruparan para cruzar el puente, Hillary y yo teníamos una cita para hablarsimultáneamente en dos servicios religiosos distintos.Y no solo eso, nuestro promotor, John Lewis, había anunciado su apoyo aHillary. John se había convertido en un buen amigo —se había sentido muyorgulloso de mi elección en el Senado, y la había visto con justicia comouna parte de su legado— y yo sabía que aquella decisión le había afectadomucho. Mientras le escuchaba dar sus explicaciones por teléfono, todo eltiempo que hacía que conocía a los Clinton, cómo la Administración de Billle había apoyado en muchos proyectos legislativos... decidí no presionarledemasiado. Podía imaginar la enorme presión a la que estaba sometidoaquel hombre amable y reconocía también que en un momento en que yoestaba pidiendo a los votantes blancos que me juzgaran por mis méritos,habría resultado hipócrita un reclamo fundado en la solidaridad racial.La conmemoración de Selma se podría haber convertido en undesagradable espectáculo político, pero cuando llegué me sentí cómodo alinstante. Tal vez fue así porque me encontraba en un lugar que siemprehabía estado presente en mi mente y en mi trayectoria vital. Tal vez fue larespuesta de la gente de a pie que se reunía para recordar la ocasión,dándome la mano o abrazándome, algunos con chapas de la campaña deHillary, pero contentos de que estuviera allí. Pero sobre todo fue el hecho deque me apoyara un grupo de respetables mayores. Cuando entré en lahistórica Brown Chapel A.M.E Church para el servicio, me enteré de que elreverendo Lowery había pedido decir unas palabras antes de mi

presentación. Tenía unos ochenta y tantos años pero no había perdido nadade su ingenio y su carisma.—Dejad que os hable —comenzó— de algunas cosas disparatadas queestán pasando ahí fuera. Hay gente que dice que hay ciertas cosas que nopueden pasar, pero ¿quién puede saberlo? ¿Quién puede saberlo?—Predícanos, reverendo —gritó alguien desde el público.—¿Sabéis? Hace poco fui al médico y me dijo que tenía el colesterol unpoco alto, pero luego me explicó que hay dos tipos de colesterol. Está elcolesterol malo y está el colesterol bueno. Si tienes buen colesterol, estátodo bien. Y eso me dejó pensando en que hay muchas cosas parecidas.Quiero decir, cuando empezamos con el movimiento, había mucha genteque decía que estábamos locos. ¿No es así, C. T.? —el reverendo Loweryasintió hacia el reverendo Vivian, que estaba sentado fuera del escenario—.«Ahí va otro negrata loco...» Decían que todos los del movimiento estabanun poco locos...La multitud se rio a carcajadas.—Pero igual que el colesterol —continuó— hay una locura buena y unalocura mala , ¿lo entendéis? ¡Harriet Tubman tenía que estar loca paraseguir adelante con su ferrocarril subterráneo! Y a san Pablo, cuandopredicó ante Agripa, le dijeron «Pablo, estás loco»... pero era una locurabuena.La gente empezó a aplaudir y vitorear cuando lo explicó en profundidad.—Y yo os digo hoy que necesitamos a más personas en este país quetengan una locura buena... No se sabe lo que puede ocurrir cuandoconsigues a un puñado de buenos locos ¡y votan en las elecciones!Los asistentes se pusieron de pie y los pastores que estaban en elescenario se rieron satisfechos y me dieron una palmada en la espalda.Cuando llegó mi turno retomé como punto de partida las palabras que mehabía dicho el reverendo Moss; hablé sobre la generación de Moisés ycómo su legado había impulsado mi vida, hablé de la responsabilidad de lageneración de Josué para dar los siguientes pasos que se requerían porjusticia en esta nación y en todo el mundo, no solo para la gente de razanegra, sino para todos los desposeídos. La iglesia entera estaba enardecida.Ya fuera, cuando terminó el servicio, vi a otro compañero de lucha deMartin Luther King, el reverendo Fred Shuttlesworth, un legendario yaguerrido defensor de la libertad que sobrevivió a un ataque del Klan contrasu propia casa y a una turba de blancos que le golpeó con bates y puños

presentación. Tenía unos ochenta y tantos años pero no había perdido nada

de su ingenio y su carisma.

—Dejad que os hable —comenzó— de algunas cosas disparatadas que

están pasando ahí fuera. Hay gente que dice que hay ciertas cosas que no

pueden pasar, pero ¿quién puede saberlo? ¿Quién puede saberlo?

—Predícanos, reverendo —gritó alguien desde el público.

—¿Sabéis? Hace poco fui al médico y me dijo que tenía el colesterol un

poco alto, pero luego me explicó que hay dos tipos de colesterol. Está el

colesterol malo y está el colesterol bueno. Si tienes buen colesterol, está

todo bien. Y eso me dejó pensando en que hay muchas cosas parecidas.

Quiero decir, cuando empezamos con el movimiento, había mucha gente

que decía que estábamos locos. ¿No es así, C. T.? —el reverendo Lowery

asintió hacia el reverendo Vivian, que estaba sentado fuera del escenario—.

«Ahí va otro negrata loco...» Decían que todos los del movimiento estaban

un poco locos...

La multitud se rio a carcajadas.

—Pero igual que el colesterol —continuó— hay una locura buena y una

locura mala , ¿lo entendéis? ¡Harriet Tubman tenía que estar loca para

seguir adelante con su ferrocarril subterráneo! Y a san Pablo, cuando

predicó ante Agripa, le dijeron «Pablo, estás loco»... pero era una locura

buena.

La gente empezó a aplaudir y vitorear cuando lo explicó en profundidad.

—Y yo os digo hoy que necesitamos a más personas en este país que

tengan una locura buena... No se sabe lo que puede ocurrir cuando

consigues a un puñado de buenos locos ¡y votan en las elecciones!

Los asistentes se pusieron de pie y los pastores que estaban en el

escenario se rieron satisfechos y me dieron una palmada en la espalda.

Cuando llegó mi turno retomé como punto de partida las palabras que me

había dicho el reverendo Moss; hablé sobre la generación de Moisés y

cómo su legado había impulsado mi vida, hablé de la responsabilidad de la

generación de Josué para dar los siguientes pasos que se requerían por

justicia en esta nación y en todo el mundo, no solo para la gente de raza

negra, sino para todos los desposeídos. La iglesia entera estaba enardecida.

Ya fuera, cuando terminó el servicio, vi a otro compañero de lucha de

Martin Luther King, el reverendo Fred Shuttlesworth, un legendario y

aguerrido defensor de la libertad que sobrevivió a un ataque del Klan contra

su propia casa y a una turba de blancos que le golpeó con bates y puños

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