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Una-tierra-prometida (1)

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mayoría de los estadounidenses; sentí que lo más honrado que podía hacer

era abandonarlo todo.

Si ese artículo de Rolling Stone hubiese salido antes anticipando los

problemas que iban a venir, tal vez habría decidido no presentarme. Resulta

difícil de decir. Lo que sí sé es que —irónicamente o tal vez gracias a la

providencia— fue otro pastor, el reverendo Otis Moss Jr., amigo del

reverendo Wright, quien me ayudó a superar mis dudas.

Otis Moss era un veterano del movimiento por los derechos civiles, muy

cercano a Martin Luther King, pastor de una de las iglesias más importantes

de Cleveland, Ohio, y antiguo consejero del presidente Jimmy Carter. Yo no

le conocía bien, pero después de la publicación del artículo, me llamó una

tarde para ofrecerme su apoyo. Le había llegado la noticia de mis

dificultades con Jeremiah, me dijo, y había escuchado a algunas personas en

el seno de la comunidad negra que decían que yo no estaba preparado, o

que era demasiado radical, o demasiado poco, o no lo bastante negro. Me

dijo que lo más probable era que las cosas se pusieran aún más difíciles,

pero me pedía que no me desanimase.

«Toda generación se enfrenta a los límites de su conocimiento —me dijo

el reverendo Moss—. Nosotros, los que integramos el movimiento, tanto los

gigantes como Martin o los soldados rasos como yo, somos la generación

de Moisés. Hicimos manifestaciones, sentadas, nos metieron en la cárcel,

pero en realidad construimos un edificio sobre lo que otros habían hecho ya.

Logramos salir de Egipto, podría decirse, pero solo conseguimos recorrer

un trecho más. Tú, Barack, formas parte de la generación de Josué. Tú y los

que son como tú, sois los responsables del siguiente tramo del viaje. Las

personas como yo os podemos ofrecer la sabiduría de la experiencia, tal vez

puedas aprender algo de nuestros errores, pero en última instancia depende

de ti, con la ayuda de Dios, seguir construyendo sobre lo que construimos

nosotros y liderar a nuestro pueblo fuera del desierto.»

Resulta difícil calcular hasta qué punto me fortalecieron aquellas

palabras, llegando como llegaron un año antes de nuestra victoria en Iowa,

lo que supuso para mí que alguien tan íntimamente ligado a mi fuente de

inspiración más antigua me dijera que lo que yo intentaba hacer merecía la

pena, que lo que yo hacía no era un simple ejercicio de vanidad o ambición

sino un eslabón más de una larga cadena de progreso. Aún más, creo que

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