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Una-tierra-prometida (1)

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antes del acto, recibí una llamada urgente de Axe preguntándome si había

leído el artículo de la revista Rolling Stone sobre mi candidatura. Era

evidente que el periodista había acudido a uno de los últimos servicios de la

Trinity y, tras escuchar el impetuoso sermón del reverendo Wright, lo había

citado en su historia.

—Según la cita dijo... agárrate, te lo voy a leer: «Creemos en la

supremacía blanca y en la inferioridad negra más de lo que creemos en

Dios».

—¿Me estás hablando en serio?

—Creo que es razonable pensar que si entona las preces de mañana, se va

a convertir en el titular de las noticias... al menos en las de la Fox.

En sí mismo, el artículo ofrecía una mirada equilibrada sobre Jeremiah

Wright y su ministerio en la Trinity. Pero aunque no me sorprendía que mi

pastor señalara el abismo que había entre los profesos ideales cristianos de

Estados Unidos y su brutal historia racista, el lenguaje empleado por él era

más incendiario de lo que le había escuchado nunca. Dejando a un lado una

parte de mí que se sentía frustrada por la constante necesidad de suavizar en

pro de los blancos las duras verdades de la historia racial de este país, sabía

que Axe tenía razón.

Aquella tarde llamé al reverendo Wright y le pregunté si estaría dispuesto

a saltarse el sermón en público y cambiarlo por una bendición en privado a

Michelle y a mí antes del encuentro. Fue evidente que aquello le hirió, pero

—para el enorme alivio de mi equipo— se adaptó al nuevo plan.

Para mí, aquel episodio agitó todas las dudas que aún tenía por aquel

entonces sobre presentarme al puesto de trabajo más importante del mundo.

Una cosa era integrar mi propia vida, haber aprendido con el tiempo a

moverme sin interrupción entre círculos de gente blanca y gente negra,

servir de traductor y puente entre familiares, amigos, conocidos, colegas,

entablar conexiones entre órbitas en continua expansión y hasta sentir que

al fin podía integrar en uno solo el mundo de mis abuelos y el del reverendo

Wright, pero ¿cómo explicar esas conexiones a miles de desconocidos? ¿Es

posible imaginar que una campaña presidencial, con todo su ruido, sus

simplificaciones y distorsiones, podía dinamitar el miedo, el dolor y la

sospecha que llevaban cuatrocientos años difundiéndose? La realidad de las

relaciones raciales en Estados Unidos era demasiado compleja para

reducirla a una cita. ¡Diablos!, yo mismo era demasiado complejo, los

contornos de mi vida eran demasiado problemáticos y extraños para la

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