07.09.2022 Views

Una-tierra-prometida (1)

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

constantemente que aquello no era un ejercicio abstracto. Estaba atado a

comunidades concretas de carne y hueso, repletas de hombres y mujeres

que tenían sus propios imperativos y sus historias personales; y eso incluía

a un pastor que parecía encarnar todos los impulsos contradictorios que yo

intentaba unificar.

Conocí al reverendo Jeremiah A. Wright Jr. durante mis días de trabajador

comunitario. Su iglesia, la Trinity United Church of Christ, era una de las

más grandes de Chicago. Aquel hijo de un ministro baptista y de la

administradora de una escuela de Filadelfia había crecido rodeado de la

tradición de la iglesia negra al mismo tiempo que acudía a las escuelas más

prestigiosas —y en su mayoría blancas— de la ciudad. Más que enfocarse

directamente en ser pastor, dejó la universidad para unirse a los marines del

ejército de Estados Unidos, estudió para ser técnico cardiopulmonar e

incluso formó parte del equipo médico que atendió a Lyndon Johnson

después de su operación de 1966. En 1967 ingresó en la Universidad de

Howard, y al igual que muchos negros durante aquellos años turbulentos, se

empapó de la retórica del Black Power, un interés por todo lo africano y las

críticas de izquierda del orden social estadounidense. Cuando salió del

instituto bíblico ya había absorbido la teología de la liberación negra de

James Cone, una perspectiva del cristianismo que afirmaba el centralismo

de la experiencia negra no por ningún tipo de superioridad racial inherente

sino, afirmaba Cone, porque Dios mira el mundo a través de los ojos de los

más oprimidos.

Que ese reverendo Wright se convirtiera en pastor de una confesión

abrumadoramente blanca da una idea de su sentido práctico; la Trinity

United Church of Christ no solo le valió algunas becas importantes —algo

que él mismo se encargaba de recalcar todos los domingos— sino que le dio

el dinero y la infraestructura para ayudarle a construir su congregación. Lo

que en su día fue una iglesia formal con menos de cien miembros creció

durante su ejercicio hasta seis mil, convirtiéndose en un lugar alegre y

repleto de las multitudes que componían el Chicago negro: banqueros y

antiguos miembros de bandas, túnicas africanas y trajes de Brooks Brothers,

un coro que podía cantar tanto góspel clásico como el coro del Aleluya en

el mismo servicio. Sus sermones estaban llenos de referencias al pop, de

jerga, de humor y de verdaderas ideas religiosas que no solo generaban

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!