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Una-tierra-prometida (1)

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Y por lo que me decían mis consejeros políticos, nuestro trabajo era que

se mantuviera así. No se trataba de que nosotros esquiváramos los temas

raciales. En nuestra web estaba muy clara mi postura sobre asuntos

peliagudos como la reforma de la ley de inmigración o los derechos civiles.

Si me preguntaban en algún ayuntamiento, no dudada en explicar las

realidades de los perfiles raciales o la discriminación laboral a un público

rural y completamente de raza blanca. Durante la campaña, Plouffe y Axe

atendieron a las preocupaciones de miembros del equipo negros o latinos,

como cuando alguien quería modificar algún anuncio de la televisión

(«¿Podemos añadir algún rostro negro más aparte del de Barack?», le

preguntaron amablemente a Valerie en una ocasión) o nos recordaban que

tratáramos de integrar a más gente de color para el equipo sénior. (En este

apartado, como mínimo, el mundo de colaboradores versados en alta

política no era muy distinto del de otras profesiones, en el que gente joven

de color sistemáticamente tiene menos posibilidades de encontrar un mentor

o hacerse una red de contactos, y donde no pueden permitirse prácticas no

remuneradas que podrían catapultarlos a colaborar en campañas nacionales.

En esto estaba decidido a generar un cambio.) Pero Plouffe, Axe y Gibbs no

cedieron a la hora de restar énfasis a cualquier asunto que pudiese ser

etiquetado como una reivindicación racial, que dividiera al electorado en

líneas raciales o que me encasillara en el papel de «el candidato negro».

Para ellos la fórmula para el progreso racial era simple: había que ganar. Y

eso suponía conseguir el apoyo no solo de los chicos universitarios blancos

y liberales, sino también de votantes para los que la imagen de una persona

como yo en la Casa Blanca implicaba un gran salto psicológico.

«Confía en mí —bromeaba Gibbs—, sea lo que sea lo que la gente sabe

de ti, de lo que se ha dado cuenta todo el mundo es de que no te pareces

nada a los primeros cuarenta y dos presidentes.»

Por otra parte, seguía recibiendo el mismo cariño de los afroamericanos

desde mi elección para el Senado de Estados Unidos. A veces las sucursales

locales de la NAACP se ponían en contacto conmigo, deseando darme

algún premio. Mi foto aparecía con frecuencia en las páginas de Ebony y de

Jet . Todas las mujeres negras de cierta edad me decían que les recordaba a

su hijo. Y el amor por Michelle estaba a un nivel completamente diferente.

Con sus credenciales profesionales, su comportamiento de hermana y

amiga, su devoción a la maternidad, parecía destilar lo que muchas familias

negras buscaban y esperaban para sus hijos al trabajar duramente.

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