07.09.2022 Views

Una-tierra-prometida (1)

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

distancia eran una especie de extravagancia. Me contó algunas novedades

de la isla y yo le hablé de sus bisnietas y de mis últimas travesuras. Mi

hermana, Maya, que vivía en Hawái, me comentó que Toot había seguido

todas las vicisitudes de la campaña en la televisión por cable, pero nunca

sacaba el tema conmigo. Al día siguiente de mi derrota tenía un consejo

para darme.

«Tienes que comer algo, Bar. Estás demasiado flaco.»

Aquello era típico de Madelyn Payne Dunham, nacida en Peru, Kansas,

en 1922. Era una niña de la época de la Gran Depresión, hija de una maestra

de escuela y un contable de una pequeña refinería de aceite, los dos hijos a

su vez de granjeros y colonos. Eran gente sensata y que trabajaban duro,

iban a la iglesia, pagaban sus facturas y siempre recelaban de

comportamientos grandilocuentes, muestras públicas de emoción y

estupideces de todo tipo.

En su juventud, mi abuela se había enfrentado a aquellas restricciones

provincianas, la peor de ellas haberse casado con mi abuelo, Stanley

Armour Dunham, propenso a todas las cualidades ya mencionadas. Juntos

tuvieron sus buenas aventuras durante la guerra y también después, pero

cuando nací, lo único que quedaba del espíritu rebelde de Toot era su

afición al tabaco, la bebida y los thrillers escabrosos de crímenes reales. En

el banco de Hawái, se las había apañado para pasar de un puesto básico de

oficina a convertirse en una de las primeras vicepresidentas mujeres, y

según dice todo el mundo, era excelente en su trabajo. Durante veinticinco

años no armó ningún lío, no cometió ningún error ni se quejó nunca, ni

siquiera cuando veía que por delante de ella promovían a hombres más

jóvenes a los que ella misma había preparado.

Después de que Toot se retirara, al regresar a Hawái a veces me

encontraba con personas que me contaban historias sobre cómo les había

ayudado, un hombre me dijo que habría perdido su empresa si Toot no

hubiese intervenido, y una mujer recordaba que cuando quiso abrir una

agencia inmobiliaria, Toot había conseguido esquivar una antigua política

bancaria que requería la firma del exmarido para conseguir un préstamo.

Pero si uno le preguntaba por cualquiera de aquellas cosas, ella sostenía que

había empezado a trabajar en el banco no por ninguna pasión en particular,

ni porque quisiera ayudar a los demás, sino porque nuestra familia

necesitaba el dinero y eso era lo que había encontrado a su alcance.

«A veces —me dijo— una hace simplemente lo que tiene que hacer.»

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!