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Una-tierra-prometida (1)

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curioso en el interior de nuestra campaña. Devastados como estábamos por

la derrota, nuestro equipo se unió aún más y creció su determinación. En

vez de una pérdida de voluntarios, nuestros despachos nos informaron de

una ola de alistamientos por todo el país. Nuestras contribuciones online —

sobre todo las de los nuevos pequeños donantes— se dispararon. John

Kerry, que al principio había sido un poco evasivo, mostró un apoyo

entusiasta a la causa. A él le siguieron el anuncio de apoyo de la

gobernadora de Arizona, Janet Napolitano, de la senadora Claire McCaskill

y de la gobernadora de Kansas, Kathleen Sebelius. Nos vitoreaban en

estados con mayoría republicana y nos hacían llegar el mensaje de que, a

pesar del revés, éramos fuertes y teníamos que seguir adelante con nuestras

esperanzas intactas.

Todo aquello fue gratificante y confirmó mi instinto de que perder en

New Hampshire no era el desastre que aseguraban los comentaristas. Si

Iowa había demostrado que yo era un verdadero aspirante y no una simple

novedad, la prisa excesiva por consagrarme había sido algo artificial y

prematuro. En ese sentido, la buena gente de New Hampshire me había

hecho un favor al ralentizar el proceso. Se supone que es duro presentarse a

las presidenciales, le dije a un grupo de simpatizantes al día siguiente,

porque ser presidente es duro. Cambiar las cosas es duro. Vamos a tener que

aprender eso, lo cual implica volver a trabajar.

Y eso fue lo que hicimos. La designación de candidatos de Nevada era el

19 de enero, justo una semana y media después de la de New Hampshire, y

no nos sorprendió cuando Hillary nos ganó en número de votos; durante

todo el año las encuestas nos habían situado muy por detrás de ella. Pero en

las primarias presidenciales lo que importa no es tanto el número de votos

individuales como cuántos compromisos de los delegados de la comisión se

obtienen, unos delegados que se distribuyen según una serie de reglas muy

antiguas y únicas en cada estado. Gracias al esfuerzo que nuestra

organización había hecho en la Nevada rural, donde trabajamos muy duro

(Elko, una ciudad que parecía el escenario de una película del Oeste, con

sus plantas rodantes y su saloon , fue una de mis paradas favoritas), una

distribución más equilibrada de votos por todo el estado hizo que al final

acabáramos ganando trece delegados frente a los doce de Hillary. Por muy

improbable que resultara, fuimos capaces de emerger en Nevada con un

empate y entramos a la siguiente fase de la campaña —las primarias de

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