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Una-tierra-prometida (1)

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manzana. A continuación, en el transcurso de cuarenta y ocho horas, la

contienda dio un par de giros inesperados.

El primero sucedió durante el único debate antes de las primarias cuando,

más o menos a la mitad, el moderador le preguntó a Hillary cómo se sentía

cuando la gente decía de ella que no era «simpática».

Esa era la clase de pregunta que me sacaba de quicio a distintos niveles.

Era banal. Era imposible de contestar. ¿Qué se supone que tiene que

responder alguien cuando le preguntan algo así? Y era un indicativo del

doble rasero con el que se trataba a Hillary en concreto y a las mujeres

políticas en general, un rasero con el que se esperaba de ellas que fueran

«simpáticas» en sentidos en los que jamás se nos habría exigido a sus

compañeros masculinos.

Dejando aparte el hecho de que Hillary estaba manejando relativamente

bien la pregunta («En fin, me duele —dijo, riendo— pero intentaré seguir

adelante») yo decidí interrumpir.

—Eres lo bastante simpática, Hillary —dije, impávido.

Supuse que el público había entendido mis intenciones, la de facilitarle el

pie a mi oponente mostrando rechazo por la pregunta, pero ya fuera por una

mala exposición, o por la torpeza de la frase, o por las vueltas que le dio el

equipo de comunicación de la campaña Clinton, surgió una línea

argumentativa: la de que yo había tenido una actitud paternalista con

Hillary, una actitud casi desdeñosa, otro hombre grosero que intentaba

menospreciar a su rival femenina.

En otras palabras, exactamente lo contrario de lo que había intentado

hacer.

Nadie de nuestro equipo se preocupó demasiado por mi respuesta, les

parecía que cualquier intento de aclaración solo echaría más leña al fuego.

Pero antes de que la historia empezara a morir los medios explotaron de

nuevo, en esta ocasión sobre cómo se había percibido a Hillary después de

un encuentro con un grupo de votantes indecisos de New Hampshire, la

mayoría de ellas mujeres. Al responder a una empática pregunta sobre

cómo estaba gestionando el estrés de la campaña, a Hillary se le hizo un

momentáneo nudo en la garganta al describir cuán apasionada e

íntimamente comprometida estaba, lo poco que quería ver cómo el país

retrocedía y lo mucho que había dedicado su vida al servicio público «a

pesar de algunas circunstancias particularmente difíciles».

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