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Una-tierra-prometida (1)

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de Michelle. Mis amigos de la infancia de Hawái, compañeros de mis días

como trabajador comunitario, compañeros de la Escuela de Derecho y

muchos de nuestros donantes llegaron en grupos que parecían viajes

organizados, muchas veces ni siquiera me enteré de que estaban allí. Nadie

exigió ninguna atención especial, todo lo contrario, se presentaban en las

oficinas de campaña, donde el chico que estaba a cargo les daba un mapa y

una lista de simpatizantes con los que contactar para celebrar la semana

entre Navidad y Año Nuevo con un portapapeles en la mano, llamando de

puerta en puerta con un frío entumecedor.

Era algo más que parientes o personas a la que conocíamos desde hacía

años. También sentía como a mi familia a todos aquellos con quienes había

pasado tanto tiempo en Iowa. Allí estaban los líderes locales del partido,

como el fiscal general Tom Miller y el tesorero Mike Fitzgerald, que se

habían arriesgado por mí cuando solo unos pocos lo habían hecho. Allí

estaban también voluntarios como Gary Lamb, un granjero progresista del

condado de Tama que nos ayudó con su compromiso con la comunidad

rural; Leo Peck, un hombre de ochenta y dos años que llamó a más puertas

que nadie; Marie Ortiz, una enfermera afroamericana casada con un hispano

en una ciudad prácticamente blanca que venía al despacho para hacer

llamadas tres o cuatro veces a la semana y que a veces hasta le preparaba la

cena a nuestro voluntario porque pensaba que estaba muy flaco.

Familia.

Y estaban también, obviamente, los activistas locales. A pesar de lo

ocupados que estaban decidimos que invitaran a sus padres a la cena

Jefferson-Jackson, y al día siguiente hicimos una recepción solo para ellos,

para que Michelle y yo pudiésemos darles las gracias uno a uno y también a

sus padres por unos hijos e hijas tan maravillosos.

Hasta el día de hoy haría cualquier cosa por esos muchachos.

En la gran noche, Plouffe y Valerie decidieron acompañarme, junto a

Reggie y Marvin, a una visita sorpresa a un instituto de Ankeny, a las

afueras de Des Moines, donde varios distritos iban a celebrar su asamblea

de designación de candidatos. Era el 3 de enero, poco después de las seis de

la tarde, una hora antes de que empezara la asamblea, y el lugar ya estaba

abarrotado. La gente se dirigía hacia el edificio principal desde todas las

direcciones, era un ruidoso festival de humanidad. No había edad, raza,

clase social o fisonomía sin representación. Hasta un hombre con el aspecto

de Gandalf, de El señor de los anillos , con su capa blanca y su esponjosa

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