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Una-tierra-prometida (1)

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Senado. Cuando mi equipo y yo llegamos al aeropuerto para coger el vuelo

a Des Moines, el avión que había alquilado Hillary resultó estar aparcado

junto al nuestro. Antes de despegar, Huma Abedin, la asistente de Hillary, le

dijo a Reggie que la senadora Clinton quería hablar conmigo. Me encontré

con ella en la pista, con Reggie y Huma merodeando a pocos pasos.

Hillary se disculpó por lo de Shaheen. Yo le di las gracias y le sugerí que

a partir de entonces nos esforzáramos un poco más en controlar a nuestros

subordinados. En ese momento Hillary se puso nerviosa, su voz se crispó y

dijo que su equipo había sido la diana constante de muchos ataques injustos,

distorsiones y tácticas solapadas. Mis esfuerzos de bajar el tono resultaron

infructuosos y la conversación terminó abruptamente, con ella visiblemente

enfadada mientras abordaba el avión.

Durante el vuelo a Des Moines intenté calibrar las frustraciones que

había estado sintiendo Hillary. Siendo una mujer de gran inteligencia, había

tenido que enfrentarse y sacrificarse a causa de continuos ataques y

humillaciones públicas, todo al servicio de la carrera de su marido, mientras

criaba al mismo tiempo a una hija maravillosa. Fuera de la Casa Blanca se

había labrado una nueva identidad política, y se había posicionado con gran

talento y capacidad hasta convertirse en la favorita para llegar a la

presidencia. Como candidata, su actuación estaba siendo cuando menos

impecable, marcando todas las casillas, ganando la mayoría de los debates y

recolectando montones de dinero. ¿Y todo para encontrarse compitiendo tan

duramente con un hombre catorce años menor que ella, que no había tenido

que pagar los mismos peajes ni tenía las mismas heridas de guerra y a quien

parecían estar favoreciendo con todos los beneficios de la duda?

Sinceramente, ¿quién no se sentiría agraviado?

Es más, Hillary no estaba del todo equivocada acerca de la intención de

mi equipo en golpearles cuanto pudieran. Comparada con otras campañas

presidenciales modernas la nuestra era realmente distinta; hacíamos

continuo énfasis en un mensaje positivo y resaltando más aquello que

estaba a nuestro favor que lo que estaba en contra. Yo controlaba nuestro

tono desde lo más alto hasta lo más bajo. Más de una vez me negué a hacer

anuncios de televisión que me parecían injustos o demasiado duros. Aun así

a veces se nos acababa la retórica moralista. Es más, el momento de toda la

campaña que me produjo más enfado fue cuando se filtró un memorándum

de nuestro equipo de investigación en junio, en el que se criticaba un

supuesto apoyo tácito de Hillary a una subcontratación en India que tenía el

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