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Una-tierra-prometida (1)

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escribió un gran discurso, uno que mostraba una vez más la diferencia que

había entre mis rivales y yo, entre los demócratas y los republicanos.

Subrayó los retos a los que nos enfrentábamos como país, desde el cambio

climático hasta la sostenibilidad del sistema sanitario y la necesidad de un

liderazgo nuevo y transparente, apuntando que históricamente el partido se

había hecho fuerte con líderes guiados «más por principios que por

estadísticas de intención de voto; no por el cálculo, sino por la convicción».

Era sincero con respecto al momento, con respecto a mis aspiraciones

políticas, y sincero, eso esperaba, con respecto a las esperanzas del país.

Memoricé el discurso durante varias noches después de terminar mis

obligaciones con la campaña. Y cuando acabé de pronunciarlo — tuvimos

la suerte de ser los últimos— estaba seguro del efecto que iba a tener

porque había estado en la Convención Nacional Demócrata tres años y

medio antes.

Echando la vista atrás, la noche de la cena Jefferson-Jackson fue el

momento en que me convencí de que podíamos ganar Iowa y, por

extensión, la candidatura. No se trataba necesariamente de que yo fuera un

candidato brillante, sino de que teníamos el mensaje apropiado para el

momento y habíamos atraído a gente joven de un talento prodigioso que se

había lanzado a la causa. Tewes compartía mi seguridad y le dijo a Mitch:

«Creo que esta noche hemos ganado Iowa». (Mitch, que había organizado

el evento completo y que por lo general era un saco de nervios —sufrió de

insomnio, herpes zóster y pérdida de cabello durante la campaña— corrió al

baño para vomitar por segunda vez en el día.) Emily fue igual de optimista,

aunque resultaba imposible saberlo. Al final de la noche, Valerie se

encontró con ella y le preguntó qué pensaba:

—Ha sido estupendo —dijo Emily.

—No pareces muy emocionada.

—Esta es mi cara de emoción.

Aparentemente la campaña de los Clinton empezó a notar el cambio de la

marea. Hasta ese momento Hillary y su equipo habían evitado que nuestras

campañas se confrontaran de una manera directa, le bastaba con estar por

encima de las disputas y mantener su considerable liderazgo en las

encuestas nacionales. Pero durante las semanas siguientes decidieron

cambiar de rumbo e ir a por nosotros. En buena medida era lo de siempre;

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