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Una-tierra-prometida (1)

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anuncios, quejándose de que hubiésemos descuidado a tal o cual grupo de

interés y, en general, respondiendo a preguntas sobre nuestra competencia.

Hubo dos situaciones que finalmente dieron un vuelco a la narrativa, la

primera de ellas no la organizamos nosotros. Durante un debate a finales de

octubre en Filadelfia, Hillary —cuyas actuaciones hasta entonces habían

sido casi impecables— se enredó y fue reticente a dar una respuesta clara

sobre el asunto de si se debía dar licencias de conducir a los trabajadores

indocumentados. Sin duda le habían dicho que respondiera con evasivas, ya

que era un tema que tenía divididas a las bases demócratas. Sus esfuerzos

por saltarse aquella pregunta alimentaron la impresión de que era una

política dependiente de los vientos de Washington, y agravó el contraste

entre ella y lo que intentábamos hacer nosotros.

La segunda ocurrió en la cena de gala Jefferson-Jackson en Iowa el 10 de

noviembre, que sí planeamos nosotros. Tradicionalmente, esta cena marca

el sprint final antes del día de las designaciones de candidatos y ofrece una

especie de lectura barométrica de cómo va la carrera. Cada uno de los

candidatos da un discurso de diez minutos, sin notas, frente a un público de

ocho mil potenciales votantes en el caucus y toda la prensa nacional. Como

tal, era una prueba clave para saber si nuestro mensaje era atractivo y una

demostración de nuestra pericia organizativa de las últimas semanas.

Lo pusimos todo de nuestra parte para lograr una exposición exitosa,

contratamos autobuses para llevar a nuestros simpatizantes de noventa y

nueve condados de todo el estado y logramos empequeñecer al resto de las

campañas. John Legend dio un pequeño concierto a nuestra cuenta antes de

la cena para más de mil personas, y cuando terminó, Michelle y yo

encabezamos la procesión hasta el anfiteatro en el que se iba a celebrar la

cena acompañados por una animada banda de tambores y platillos llamada

The Isiserettes, y su alegre barullo nos dio el aire de ejército conquistador.

El mismo discurso nos convirtió en los ganadores de la jornada. Llegado

a ese punto de mi carrera política, yo había insistido siempre en ser el que

escribía la mayoría de mis discursos, pero con las exigencias de una

campaña sin descanso, no tuve tiempo de escribir el texto para esa noche.

Tuve que confiar en Favs, con la asistencia de Axe y Plouffe, para que

escribiera un borrador que resumiera mi propuesta para la nominación.

Y Favs cumplió con su cometido. En aquel momento crítico de nuestra

campaña, con solo una modesta contribución por mi parte, aquel muchacho

que se había licenciado en la universidad hacía solo unos pocos años,

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