07.09.2022 Views

Una-tierra-prometida (1)

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

recuerdo a cual— para decirle que, aunque estaba de acuerdo con el

objetivo y necesitaba su apoyo, como presidente no podía comprometerme

con nada que pusiera en peligro la seguridad nacional. (Finalmente el grupo

acabó apoyando a John Edwards.)

Poco a poco me iba distanciando más de mis rivales demócratas, incluso

en muchos otros sentidos aparte del evidente. Durante un debate a finales de

julio me mostraron imágenes de Fidel Castro, el presidente de Irán Mahmud

Ahmadineyad, el líder norcoreano Kim Jong II, además de otro par de

dictadores, y me preguntaron si estaría dispuesto a encontrarme con alguno

de ellos durante mi primer año de mandato. Sin dudar un instante respondí

que sí, que me encontraría con cualquier líder mundial si pensaba que eso

podía suponer un avance para Estados Unidos.

Cualquiera podría haber pensado que había dicho que la tierra era plana.

Cuando acabó el debate, Clinton y Edwards se lanzaron sobre mí, me

acusaron de ingenuidad y me insistieron en que un encuentro con el

presidente de Estados Unidos era un privilegio que había que ganarse. La

mayor parte de la prensa pareció estar de acuerdo con eso. Tal vez hacía

solo unos meses me habría sentido inseguro, me habría pensado dos veces

las palabras o habría emitido una declaración posterior para aclarar las

cosas.

Pero en ese momento tenía mis apoyos y además estaba convencido de

tener razón, sobre todo en cuanto al principio general de que Estados

Unidos no debía tener miedo a enfrentar a sus adversarios o presionar para

encontrar soluciones diplomáticas frente a los conflictos. Al menos hasta

donde yo sabía, ese menosprecio de la diplomacia era lo que había llevado a

Hillary y al resto —por no hablar de la prensa en general— a acompañar a

Bush a la guerra.

Otra polémica de política exterior surgió pocos días después, cuando en

un discurso afirmé que si tuviera a Osama bin Laden a tiro en territorio

pakistaní y si el Gobierno de ese país se demostraba incapaz o reticente a

capturarlo o matarlo, yo daría la orden de hacerlo. Aquello no tendría que

haber sorprendido a nadie; ya en 2003 había justificado mi oposición a la

guerra de Irak en parte porque estaba convencido de que esa guerra nos

despistaría de destruir Al Qaeda.

Pero un discurso tan franco iba en contra de la postura pública de la

Administración Bush: el Gobierno de Estados Unidos mantenía la doble

ficción de que Pakistán era un aliado confiable en la lucha contra el

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!