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Una-tierra-prometida (1)

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Durante unos minutos Edith tuvo a la sala dando voces, «¡En marcha!

¡Estamos listos!» una y otra vez, una tras otra. Al principio me sentí

confuso, pero me pareció que sería maleducado por mi parte no unirme a

los demás, y enseguida yo mismo me empecé a sentir un poco ¡en marcha!

Y también empecé a sentir que ¡estamos listos! Me di cuenta de que todas

las personas que estaban en la reunión sonreían de pronto, y cuando

acabaron los cánticos, nos calmamos y charlamos durante la hora siguiente

sobre la comunidad y el país y sobre lo que podía mejorarse. Incluso

después de dejar Greenwood, durante el resto de aquel día, de cuando en

cuando señalaba a alguno de mi equipo y le decía «¿Estás en marcha?». Al

final se acabó convirtiendo en un grito de campaña. Y esa, supongo, era la

parte de hacer política que siempre me daba más placer: la parte que no se

podía prever, que desafiaba a la planificación y los análisis. La forma en la

que, cuando funciona, una campaña —y la democracia, por extensión—

demuestra ser más un coro que una actuación en solitario.

Otra lección que aprendí de los votantes: no estaban interesados en oírme

decir obviedades convencionales. Durante los primeros meses de campaña

me preocupaba, al menos de manera inconsciente, de lo que pudieran decir

los creadores de opinión de Washington. Con intención de ser lo bastante

«serio» o suficientemente «presidencial», me había vuelto rígido y

cohibido, despreciando la misma lógica que me había llevado a presentarme

en primera instancia. Pero cuando llegó aquel verano, regresamos a los

principios básicos y buscamos activamente oportunidades para retar el

manual de Washington y decir verdades incómodas. Frente al sindicato de

profesores yo defendí no solo una subida de los sueldos, sino también

mayor flexibilidad en las clases y mayor responsabilidad por parte de los

profesores; la última de las tres generó un silencio total y a continuación

unos cuantos abucheos en la sala. En el Detroit Economic Club, les dije a

los ejecutivos del sector del automóvil que como presidente impondría unas

normas más severas a la economía del combustible, una propuesta a la que

se oponían con fuerza las tres grandes compañías automovilísticas. Cuando

el Iowans for Sensible Priorities, un grupo de ciudadanos patrocinado por la

famosa marca de helados Ben and Jerry, recogió diez mil firmas que se

comprometían con la designación del candidato que les prometiera cortar el

presupuesto de defensa del Pentágono, tuve que llamar a Ben o a Jerry —no

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