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Una-tierra-prometida (1)

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Así ocurrió cuando visité Greenwood, en Carolina del Sur, un día de

junio. Aunque pasaba la mayor parte del tiempo en Iowa, también iba con

frecuencia a otros estados como New Hampshire, Nevada y Carolina del

Sur, cuyas primarias y asambleas de designación de candidatos se llevarían

a cabo inmediatamente después de las de Iowa. El viaje a Greenwood fue el

resultado de una promesa apresurada que le había hecho a una influyente

legisladora que se había ofrecido a apoyarme pero solo si visitaba su ciudad

natal. Mi visita al final estuvo mal calculada, aparte venía de una semana

particularmente dura, con malas cifras en las estimaciones de voto, malas

crónicas en la prensa, malos humores y poco sueño. No ayudó que

Greenwood estuviera a más de una hora del aeropuerto más cercano, ni que

tuviéramos que conducir bajo una lluvia torrencial, ni que cuando llegamos

al edificio municipal donde se suponía que se iba a celebrar el evento, me

encontrara a solo veinte personas dentro, tan empapadas por la lluvia como

yo.

Un día perdido, me dije, repasando todo el trabajo que habría podido

hacer. Seguí haciendo los movimientos necesarios, estrechando manos,

preguntándole a la gente cómo se ganaba la vida, calculando mentalmente

el momento en que me podía largar de allí, cuando de pronto escuché una

voz que gritaba: «¡En marcha!».

Mi equipo y yo nos quedamos sorprendidos, pensamos que tal vez era

alguien que trataba de boicotear el acto, pero sin perder un segundo el resto

de los presentes respondió al unísono: «¡Estamos listos!»

Y de nuevo la misma voz gritó: «¡En marcha!» y de nuevo el grupo

respondió: «¡Estamos listos!».

Como no sabía lo que estaba pasando, me di la vuelta para ver lo que

sucedía detrás de mí y mi mirada se posó sobre la fuente de nuestra

sorpresa: una mujer negra de mediana edad vestida como si acabara de salir

de la iglesia, con un vestido colorido, un gran sombrero y una sonrisa de

oreja a oreja que incluía un reluciente diente de oro.

Su nombre era Edith Childs. Aparte de trabajar en el Consejo del

condado de Greenwood y en la Asociación Nacional para el Avance de la

Gente de Color (NAACP, por sus siglas en inglés) de la ciudad, sin dejar de

ser detective privado, resultó ser particularmente famosa por aquel grito de

llamada y respuesta. Había empezado a hacerlo en los partidos de fútbol

americano de Greenwood, en las cabalgatas del Cuatro de Julio o en

cualquier oportunidad que quisiera.

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