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Una-tierra-prometida (1)

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eran las amistades y relaciones, la lealtad mutua y el progreso que había

nacido de su esfuerzo común. Eso y un jefe gruñón en Des Moines, el

mismo que había prometido depilarse las cejas si ganaban.

En junio nuestra campaña dio un giro. Gracias al increíble despegue de las

donaciones por internet, nuestro rendimiento financiero se mantuvo muy

por encima de nuestras expectativas y pronto nos permitió acceder a la

televisión de Iowa. Cuando llegaron las vacaciones escolares, Michelle y

las niñas pudieron acompañarme un poco más en la carretera. Dar tumbos

por todo Iowa en una caravana, con el sonido de su parloteo en la parte

trasera mientras yo hacía llamadas; Reggie y Marvin en maratonianas

sesiones de UNO con Malia y a Sasha; sentir el dulce peso de una de ellas o

la otra dormida y apoyada en mi pierna a media tarde, las paradas

obligatorias en las heladerías... todas aquellas cosas me llenaron de una

alegría que se filtró a mis apariciones en público.

Cambió también la naturaleza de aquellas apariciones. Cuando ya había

pasado la novedad inicial de mi candidatura, me descubrí hablando frente a

multitudes más manejables, varios centenares en vez de unos miles, lo que

volvía a darme la oportunidad de conocer a la gente en persona y escuchar

sus historias. Las esposas de los militares me describían sus luchas diarias

para sacar adelante un hogar y combatir el miedo a que llegara una mala

noticia desde el frente. Los granjeros me explicaban las presiones que les

habían llevado a renunciar a su independencia frente a los intereses de las

grandes compañías agrícolas. Los trabajadores despedidos me hablaban de

los miles de maneras en las que no funcionaban los programas de

reinserción laboral. Los dueños de pequeños negocios me detallaban los

sacrificios que hacían para pagar el seguro médico a sus empleados hasta

que uno de ellos se ponía enfermo de verdad y entonces se volvía

inasumible mantener las primas de todos, incluida la suya.

Alimentado por esas historias, mi discurso de campaña se volvió menos

abstracto, menos un asunto de la cabeza y más uno del corazón. La gente

veía su propia vida reflejada en esas historias, se daban cuenta de que no

estaban solos en sus adversidades, y con ese conocimiento, hubo cada vez

más personas que se alistaron como voluntarias para la causa. Hacer la

campaña a aquella escala más humana y reducida me ofreció la oportunidad

de unos encuentros casuales que le daban vida.

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