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Una-tierra-prometida (1)

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Durante las largas horas que nos pasamos viajando entre distintos actos

en una furgoneta alquilada para la campaña, me consagré a la misión de

robarle una sonrisa a Emily con algunas ocurrencias, juegos de palabras y

bromas sueltas sobre el tamaño de la cabeza de Reggie. Pero mi encanto y

mi ingenio se estampaban irremediablemente contra las rocas de su mirada

fija e imperturbable, y al final me acabé centrando en hacer lo que me

pedía.

Mitch, Marygrace y Anne describirían más tarde los detalles de su

trabajo, que incluían exponer colectivamente las poco ortodoxas ideas que

cada día Tewes les lanzaba en las reuniones.

«De diez ideas que tenía al día —explicaba Mitch— nueve eran ridículas

y una era genial.»

Mitch era un muchacho desgarbado de Dakota del Sur que ya había

trabajado antes en política pero que jamás se había cruzado con nadie tan

apasionadamente ecléctico como Tewes.

«Si salía con la misma idea tres veces —recordaba—, yo pensaba que

debía de haber algo ahí.»

Reclutar a Norma Lyon —la «Dama de la vaca de mantequilla» de Iowa,

llamada así porque todos los años mostraba en la feria local una vaca a

escala natural esculpida de mantequilla— para que grabara con su voz un

llamamiento anunciando su apoyo a nuestra causa que luego difundimos

por todo el estado fue una genialidad. (Más tarde llegó a hacer un «busto de

mantequilla» de mi cabeza que pesaba diez kilos, también idea de Tewes.)

Insistir en que pusiéramos carteles a lo largo de la autopista en una

secuencia de frases que rimaban como en los viejos anuncios de Burma-

Shave de los sesenta (Tiempos de cambio-Todo atrás deja-Vótale al tipo De

las orejas-Obama 08) tal vez no fue una idea tan genial.

Y la promesa de afeitarse las cejas si el equipo conseguía el objetivo

imposible de recolectar cien mil cartas de apoyo tampoco lo fue, hasta muy

al final de la campaña, cuando por fin alcanzamos la meta, y en ese

momento se convirtió en genial («Mitch también se las afeitó», explicaba

Marygrace, «Hay fotos. Fue tremendo»).

Tewes fue quien marcó el tono de nuestra operación de Iowa; raíces, nada

de jerarquías, irreverente y levemente maniaca. No hubo nadie —equipo

sénior incluido, donantes y dignatarios— que se librara de hacer visitas

puerta a puerta. Durante las primeras semanas colgó carteles en todas las

paredes de todos los despachos con el lema que él mismo creó: «Respeto,

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