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Una-tierra-prometida (1)

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hecho una colecta en su círculo de costura. Todo eso durante la temporada

de primarias nos hizo reunir a millones de pequeños donantes, lo que nos

permitió competir por el último voto en todos los estados. Más que el

dinero en sí, era el espíritu que había tras las donaciones, el sentido de

pertenencia que acompañaba las cartas y los emails, lo que inyectó energía

a nuestra campaña desde la raíz. Esto no tiene que ver solo contigo, nos

decían esas donaciones, estamos aquí, en la base, hay millones de personas

como nosotros repartidas por todo el país... Y tenemos fe. Estamos aquí.

Además de una sólida estrategia operativa y una recaudación de fondos

eficaz, hubo un tercer elemento que mantuvo tanto la campaña como

nuestro espíritu a flote: el trabajo de nuestro equipo de Iowa y el de su

infatigable líder, Paul Tewes.

Paul creció en Mountain Lake, una ciudad rural encajada en la esquina

sudoeste de Minnesota, un lugar donde todas las personas se conocen y

cuidan, donde los chicos van a todas partes en bicicleta y nadie cierra sus

casas, donde todos los estudiantes practican todos los deportes para

conseguir formar equipos completos y ninguno de los entrenadores se

puede permitir prescindir de nadie.

Mountain Lake es también un lugar conservador, lo que hacía resaltar un

poco a la familia Tewes. La madre de Paul le inculcó desde muy pronto una

lealtad por el Partido Demócrata solo comparable a la lealtad de la familia a

la fe luterana. Cuando tenía seis años le explicó pacientemente a un

compañero de clase que no debía apoyar a los republicanos «porque tu

familia no es rica». Cuatro años después, lloró con amargura cuando Jimmy

Carter perdió frente a Ronald Reagan. El padre de Paul estaba tan orgulloso

de la afición de su hijo por la política que compartió el episodio con un

amigo, el profesor de Ciudadanía del instituto local, quien a su vez —quizá

con la esperanza de que el interés de un niño de diez años en asuntos

públicos inspirara a otros huraños adolescentes— lo relató en su clase.

Durante los días siguientes los chicos mayores se burlaron de Paul sin

piedad, retorciéndose los puños contra los ojos como bebés llorones cada

vez que se cruzaban con él por el pasillo.

Pero Paul estaba decidido. Ya en el instituto organizó un baile para

recaudar dinero destinado a los candidatos demócratas. En la universidad

hizo unas prácticas como portavoz local y —en un hito del que estaba

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