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Una-tierra-prometida (1)

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dos o tres semanas. Nunca se me han dado particularmente bien ese tipo de

formatos. Mi tendencia a alargarme y mi preferencia por las respuestas

complicadas actúan en mi contra, sobre todo cuando me veo en un

escenario con siete profesionales de la respuesta rápida y solo un minuto

para responder a cada pregunta. En nuestro primer debate de abril el

moderador me dijo «tiempo» al menos dos veces antes de que terminara de

hablar. Cuando me preguntaron cómo trataría un ataque terrorista múltiple,

comenté la necesidad de coordinar la ayuda federal pero se me olvidó

mencionar el evidente imperativo de perseguir a los responsables. Durante

los siete minutos siguientes tanto Hillary como todos los demás se turnaron

para comentar mi omisión. Lo hacían con tono sombrío, pero el brillo de

sus ojos decía: ¡Chúpate esa, novato!

Cuando acabó todo, Axe fue moderado en su crítica del pospartido.

—Tu problema —dijo— es que sigues intentando responder a la

pregunta.

—¿No se trata de eso? —pregunté yo.

—No, Barack —dijo Axe—, no se trata de eso. De lo que se trata es de

que comuniques tu mensaje. ¿Cuáles son tus valores? ¿Qué prioridades

tienes? Eso es lo que le preocupa a la gente. Fíjate, la mitad del tiempo el

moderador usaba la pregunta solo para liarte. Tu trabajo es evitar caer en la

trampa que te han tendido. Escucha la pregunta que te hagan, da una

respuesta rápida para que parezca que has contestado... y luego háblales de

lo que tú quieres.

—Eso sería como decir cualquier cosa —dije yo.

—Exacto —respondió él.

Me sentía frustrado con Axe y aún más frustrado conmigo mismo. Pero

después de volver a ver el debate en televisión me di cuenta de que era

difícil negar su apreciación. Las respuestas más efectivas del debate, eso

parecía al menos, no estaban diseñadas para explicar nada en concreto sino

para provocar una emoción, o para identificar al enemigo, o para apuntar a

unos electores para los que uno mismo, más que ninguno de los otros

candidatos que estaban en el escenario, iba a estar siempre de su lado. Era

fácil despreciar aquel ejercicio como algo superficial. De nuevo el

presidente no era ni un abogado, ni un contable, ni un piloto al que habían

designado para realizar una tarea concreta y especializada. Movilizar a la

opinión pública, dar forma a coaliciones de trabajo... esa era la tarea. Me

gustara o no, lo que conmovía a las personas eran las emociones, no los

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