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Una-tierra-prometida (1)

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el prodigioso talento de Bill y su potencia de fuego intelectual. Si a veces

me incomodaban los detalles de las llamadas triangulaciones —en las que

firmaba reformas legislativas para el bienestar con protecciones

inadecuadas para aquellos que no conseguían encontrar trabajo o la retórica

de tolerancia cero contra el crimen que contribuyó a la explosión

poblacional en las cárceles federales—, sentía un gran aprecio por la

habilidad con la que había manejado una política progresista y cómo había

dado opciones al Partido Demócrata.

En cuanto a la anterior primera dama, la encontré igual de impresionante

y más empática. Tal vez veía en la historia de Hillary cosas parecidas a las

que habían sufrido mi madre y mi abuela, todas ellas eran mujeres

inteligentes y ambiciosas que se habían dejado la piel a causa de las

limitaciones de su tiempo y que habían tenido que capear egos masculinos y

expectativas sociales. Aquella Hillary se había convertido en una persona

precavida, tal vez preparada en exceso, pero ¿quién puede reprochárselo

considerando los ataques de los que había sido objeto? En el Senado había

confirmado con creces mi opinión favorable sobre ella. En todos los

momentos en que habíamos interactuado, se había revelado como una

persona trabajadora, afable e impecablemente preparada. También tenía una

forma de reír agradable y auténtica que tendía a aligerar los ánimos a su

alrededor.

El hecho de que hubiera decidido presentarme a las elecciones a pesar de

la presencia de Hillary tenía menos que ver con ningún tipo de valoración

de sus defectos y más con mi sensación de que era imposible que escapara

al rencor, la envidia y las duras presunciones que habían brotado durante los

años de los Clinton en la Casa Blanca. No sé si justa o injustamente, no

pensaba que Hillary pudiera conseguir deshacer la división política de

Estados Unidos, cambiar la forma en la que Washington funcionaba u

otorgar a la nación el nuevo comienzo que necesitaba. Aun así, al

comprobar de nuevo sus conocimientos y ver la pasión con la que hablaba

en el escenario sobre asistencia sanitaria en el foro de la Unión

Internacional de Empleados de Servicios y al oír el aplauso de la multitud

entusiasmada cuando terminó de hablar, me pregunté si no había cometido

un error de cálculo.

Difícilmente aquel foro iba a ser la última vez que la actuación de Hillary

—o, en lo que se refiere a este asunto, la primera mitad de las primarias—

fuera mejor que la mía; no tardó en parecer que estábamos debatiendo cada

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