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Una-tierra-prometida (1)

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patrocinado por la Unión Internacional de Empleados de Servicios

celebrado una tarde de sábado en Las Vegas a finales de marzo de 2007.

Plouffe se había resistido a que participara. En su opinión aquellas

«llamadas al rebaño», en las que los candidatos aparecían con tal o cual

grupo de interés demócrata, jugaban a favor de los candidatos tradicionales

y hacían perder el tiempo necesario para tener un contacto más directo con

los votantes. Yo disentía. La atención sanitaria era un tema que me

importaba mucho, no solo porque había oído muchas historias personales

devastadoras durante la campaña, sino porque nunca iba a olvidar a mi

madre en su última etapa, inquieta no por sus posibilidades de

supervivencia sino porque no sabía si su seguro le iba a permitir seguir

siendo solvente durante el tratamiento.

Viendo el resultado, tendría que haber prestado más atención a Plouffe.

Tenía demasiados datos en la cabeza y pocas respuestas. Titubeé frente a un

gran grupo de trabajadores sanitarios, vacilé, carraspeé y tartamudeé en el

escenario. Y cuando me hicieron preguntas concretas tuve que confesar que

aún no tenía un plan definitivo para ofrecer una asistencia sanitaria

asumible. Se podían oír los grillos en la sala. Associated Press publicó una

crónica en la que criticaban mi aparición en el foro —se publicó en una

revista que se podía encontrar en todos los outlets del país— con el

doloroso título de «¿Es Obama todo estilo y poca sustancia?».

Mi aparición contrastó enormemente con la de John Edwards y Hillary

Clinton, dos importantes oponentes. Edwards, el apuesto y bruñido anterior

candidato a la vicepresidencia, había dejado el Senado en 2004 para ser el

compañero de campaña de John Kerry, se las dio luego de que iba a abrir un

centro contra la pobreza, pero en realidad nunca dejó de hacer campaña

para la presidencia. Aunque no le conocía bien, Edwards nunca me había

impresionado particularmente: a pesar de que tenía unas raíces de clase

trabajadora, su populismo de nuevo cuño sonaba falso y electoralista, el

equivalente político de una de esas bandas musicales compuesta por un

grupo de chicos con las que sueñan todos los departamentos de marketing

de los estudios musicales. Pero en Las Vegas me llevé un escarmiento al ver

cómo hacía una atrevida propuesta para una cobertura universal

desplegando todos los talentos que en sus inicios le habían convertido en un

exitoso abogado en Carolina del Norte.

Hillary estuvo incluso mejor. Al igual que muchos otros, yo me había

pasado los años noventa observando a los Clinton en la distancia. Admiraba

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