Una-tierra-prometida (1)

eimy.yuli.bautista.cruz
from eimy.yuli.bautista.cruz More from this publisher
07.09.2022 Views

había recibido de mi madre años atrás. Una y otra vez mis recuerdos medevolvían detalles aparentemente menores (la búsqueda de un lugar discretodonde fumar un cigarrillo nocturno; las risas que mi equipo y yo nosechábamos mientras jugábamos a las cartas a bordo del Air Force One) querecogían, como nunca podría hacer lo que era de dominio público, miexperiencia vivida durante los ochos años que pasé en la Casa Blanca.Más allá del esfuerzo para juntar palabras en una página, lo que no supeprever del todo es la manera en que los acontecimientos se han desarrolladoen los tres años y medio transcurridos desde ese último vuelo en el AirForce One. Mientras escribo estas líneas, el país sigue preso de unapandemia global y la consiguiente crisis económica, con más de 178.000estadounidenses muertos, empresas cerradas y millones de personas sintrabajo. A lo largo y ancho del país, gente de toda clase y condición hasalido a las calles para protestar por la muerte de hombres y mujeres negrosdesarmados a manos de la policía. Quizá lo más inquietante de todo sea quenuestra democracia parece encontrarse al borde de una crisis; una crisiscuyas raíces se encuentran en una contienda fundamental entre dos visionesopuestas de lo que Estados Unidos es y lo que debería ser; una crisis que hadejado la comunidad política dividida, furiosa y desconfiada, y ha hechoposible la quiebra continuada de las normas institucionales, lassalvaguardas procedimentales y la adhesión a los hechos básicos que tantorepublicanos como demócratas daban por descontados en épocas pasadas.Esta contienda no es nueva, por supuesto. En muchos sentidos, hadefinido la experiencia estadounidense. Está incrustada en los documentosfundacionales, capaces al mismo tiempo de proclamar que todos loshombres son iguales y de contar a un esclavo como tres quintas partes de unhombre. Encuentra su expresión en los primeros dictámenes judiciales denuestra historia, como cuando un magistrado jefe del Tribunal Supremoexplica sin tapujos a una tribu de nativos americanos que sus derechos detransmisión de bienes no son aplicables, ya que el tribunal de losconquistadores no tiene competencia para reconocer las justasreclamaciones de los conquistados. Es una contienda que se ha librado enlos campos de Gettysburg y Appomattox, pero también en los pasillos delCongreso, en un puente de Selma, en los viñedos de California y en lascalles de Nueva York; una contienda en la que luchan soldados, aunque mása menudo lo hacen sindicalistas, sufragistas, mozos de estación, líderesestudiantiles, oleadas de inmigrantes y activistas LGBTQ, armados tan solo

con pancartas, folletos o un par de zapatos para caminar. En lo másprofundo de esta prolongada batalla hay una sencilla pregunta: ¿aspiramos aajustar la realidad de Estados Unidos a sus ideales? Si es así, ¿creemosrealmente que nuestras ideas de autogobierno y libertad individual, igualdadde oportunidades e igualdad ante la ley son aplicables a todas las personas?O, por el contrario, ¿estamos dedicados, en la práctica, cuando no por ley, areservar todas estas cosas a unos pocos privilegiados?Reconozco que hay quienes creen que ha llegado el momento dedesechar el mito, que un análisis del pasado estadounidense, e incluso unrápido vistazo a los titulares de hoy, muestran que los ideales de este paíssiempre han ocupado un lugar secundario frente a la conquista y lasubyugación, un sistema racial de castas y un capitalismo voraz, y quefingir que no ha sido así equivale a ser cómplices en un juego que estuvoamañado desde el principio. Y confieso que ha habido momentos mientrasescribía este libro, mientras reflexionaba sobre mi presidencia y todo lo queha sucedido desde entonces, en que he tenido que plantearme si también yoestaba siendo demasiado comedido al decir las cosas tal y como las veía,demasiado prudente, de hecho o de palabra, convencido como lo estaba deque, al apelar a lo que Lincoln llamó «los ángeles que llevamos dentro»,tendría más posibilidades de conducirnos hacia los Estados Unidos que senos habían prometido.No lo sé. Lo que sí puedo decir con certeza es que aún no estoy dispuestoa abandonar la promesa de Estados Unidos, no solo por el bien de lasgeneraciones futuras de estadounidenses, sino por el de toda la humanidad.Pues estoy convencido de que la pandemia que estamos viviendo hoy estanto una manifestación de un mundo interconectado como una merainterrupción en la incesante marcha hacia un planeta así, en el que pueblosy culturas no pueden sino chocar. En ese mundo —de cadenas de suministroglobales, transferencias de capital instantáneas, redes terroristastransnacionales, cambio climático, migraciones masivas y cada vez mayorcomplejidad— aprenderemos a convivir, a cooperar los unos con los otros ya reconocer la dignidad de los demás, o pereceremos. Así pues, el mundomira hacia Estados Unidos —la única gran potencia en la historia integradapor personas de todos los rincones del planeta, de todas las razas,confesiones y prácticas culturales— para ver si nuestro experimento con lademocracia puede funcionar; para ver si podemos hacer lo que ningún otro

con pancartas, folletos o un par de zapatos para caminar. En lo más

profundo de esta prolongada batalla hay una sencilla pregunta: ¿aspiramos a

ajustar la realidad de Estados Unidos a sus ideales? Si es así, ¿creemos

realmente que nuestras ideas de autogobierno y libertad individual, igualdad

de oportunidades e igualdad ante la ley son aplicables a todas las personas?

O, por el contrario, ¿estamos dedicados, en la práctica, cuando no por ley, a

reservar todas estas cosas a unos pocos privilegiados?

Reconozco que hay quienes creen que ha llegado el momento de

desechar el mito, que un análisis del pasado estadounidense, e incluso un

rápido vistazo a los titulares de hoy, muestran que los ideales de este país

siempre han ocupado un lugar secundario frente a la conquista y la

subyugación, un sistema racial de castas y un capitalismo voraz, y que

fingir que no ha sido así equivale a ser cómplices en un juego que estuvo

amañado desde el principio. Y confieso que ha habido momentos mientras

escribía este libro, mientras reflexionaba sobre mi presidencia y todo lo que

ha sucedido desde entonces, en que he tenido que plantearme si también yo

estaba siendo demasiado comedido al decir las cosas tal y como las veía,

demasiado prudente, de hecho o de palabra, convencido como lo estaba de

que, al apelar a lo que Lincoln llamó «los ángeles que llevamos dentro»,

tendría más posibilidades de conducirnos hacia los Estados Unidos que se

nos habían prometido.

No lo sé. Lo que sí puedo decir con certeza es que aún no estoy dispuesto

a abandonar la promesa de Estados Unidos, no solo por el bien de las

generaciones futuras de estadounidenses, sino por el de toda la humanidad.

Pues estoy convencido de que la pandemia que estamos viviendo hoy es

tanto una manifestación de un mundo interconectado como una mera

interrupción en la incesante marcha hacia un planeta así, en el que pueblos

y culturas no pueden sino chocar. En ese mundo —de cadenas de suministro

globales, transferencias de capital instantáneas, redes terroristas

transnacionales, cambio climático, migraciones masivas y cada vez mayor

complejidad— aprenderemos a convivir, a cooperar los unos con los otros y

a reconocer la dignidad de los demás, o pereceremos. Así pues, el mundo

mira hacia Estados Unidos —la única gran potencia en la historia integrada

por personas de todos los rincones del planeta, de todas las razas,

confesiones y prácticas culturales— para ver si nuestro experimento con la

democracia puede funcionar; para ver si podemos hacer lo que ningún otro

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!