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Una-tierra-prometida (1)

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Al mirar las grabaciones de aquel día resulta difícil no dejarse llevar por

la nostalgia que aún domina a mi antiguo equipo y a mis simpatizantes, por

la sensación de que era el disparo de salida de una carrera mágica y de que

durante el transcurso de aquellos años estaríamos cazando relámpagos en

una botella y accediendo a algo esencial y verdadero de Estados Unidos.

Sin embargo, a pesar de la multitud, la excitación y la atención de los

medios que profetizaban la viabilidad de mi candidatura, a veces tengo que

recordarme a mí mismo que en aquella época nada parecía fácil ni

predestinado, que sentíamos una y otra vez que nuestra campaña podía

descarrilar en cualquier momento, y que al principio no era solo que no

creyera que yo fuese un buen candidato, sino que muchas personas tampoco

lo creían.

En muchos sentidos mis reparos estaban relacionados con el crecimiento

directo del alboroto que habíamos provocado y de las expectativas que

venían con él. Como explicó Axe, la mayoría de las campañas

presidenciales comienzan siendo necesariamente pequeñas, «Off

Broadway», como decía él: pequeñas multitudes, recintos pequeños,

coberturas locales y de periódicos pequeños en los que el candidato o la

candidata podían probar sus argumentos, suavizar aristas, tener alguna

metedura de pata, algún episodio de pánico escénico sin llamar demasiado

la atención. Nosotros no tuvimos ese lujo. Desde el primer día me sentí

como si estuviera en medio de Times Square bajo la luz de los focos, sentía

que se notaba mi inexperiencia.

El miedo más profundo de mi equipo era que tuviera un gaffe , una

expresión que se utiliza en prensa para describir cualquier frase torpe que

revele la ignorancia del candidato, su descuido, la vaguedad de sus ideas, su

insensibilidad, su malicia, su tosquedad, su falsedad, su hipocresía... o que

le haga parecer lo bastante lejos de las creencias populares para poder decir

que el candidato es vulnerable al ataque. Dada esa definición cualquier ser

humano comete al día entre cinco y diez «gaffes», y todos contamos con la

tolerancia y la buena voluntad de nuestras familias, nuestros colegas y

amigos para rellenar los huecos, para que sepan entendernos y prefieran

quedarse más con lo bueno que con lo malo.

Por ese motivo, mi primer instinto me llevó a despreciar algunas de las

advertencias de mi equipo. Rumbo a nuestra última parada en Iowa, el día

del anuncio, por ejemplo, Axe alzó un segundo la mirada desde su libro de

protocolo.

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