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Una-tierra-prometida (1)

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niños de América (niños negros, hispanos, niños que no encajan) se verán a

sí mismos también de una manera diferente, se expandirán sus horizontes,

se ampliarán sus posibilidades. Solo por eso... merece la pena.

La habitación se quedó en silencio. Marty sonrió. Valerie estaba llorando.

Pude ver cómo distintos miembros del equipo conjuraban en su interior la

toma de juramento del primer presidente africano de Estados Unidos.

Michelle se quedó mirándome durante un rato que me pareció una

eternidad.

—Cariño —dijo al fin—, esa respuesta no ha estado nada mal.

Todo el mundo se rio y la reunión continuó con otros asuntos. En los

años que siguieron las personas que estaban allí a veces hicieron referencia

a aquella reunión, se dieron cuenta de que mi respuesta a la pregunta de

Michelle fue una articulación espontánea de una fe compartida, lo que nos

lanzó a todos a aquel largo, difícil e inverosímil viaje. Lo recordarían

cuando vieron a un niño pequeño tocándome el pelo en el despacho Oval, o

cuando una profesora declaró que sus estudiantes del instituto de un barrio

pobre empezaron a estudiar más el día en que fui elegido.

Y es cierto: al responder a la pregunta de Michelle me estaba anticipando

a las formas en las que esperaba que incluso una campaña creíble dejara

expuestos algunos de los vestigios del pasado racial americano. Pero en mi

interior sabía que llegar hasta allí significaba algo más personal.

Si ganábamos, pensé, significaría que mi campaña a senador de Estados

Unidos no había sido solo pura suerte.

Si ganábamos, significaría que lo que me había llevado a la política no

habría sido solo un sueño imposible, que el país en el que creía era posible,

que la política en la que creía estaba al alcance.

Si ganábamos, significaría que no estaba solo en creer que el mundo no

tenía por qué ser un lugar frío e implacable en el que los fuertes devoraban

a los débiles y todos nos retirábamos inevitablemente a los clanes y las

tribus, combatiendo lo desconocido y apiñándonos para protegernos de la

oscuridad.

Si esas creencias se convertían en un manifiesto, entonces mi vida tendría

sentido y podría transmitir esa promesa, esa versión del mundo, a mis hijas.

Hacía mucho tiempo había hecho una apuesta y ese era el punto de

inflexión. Estaba a punto de cruzar una línea invisible, una que cambiaría

mi vida de manera inexorable, en algunos sentidos que aún no podía

imaginar y que podían no gustarme. Pero detenerme en ese momento,

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