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Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

Libro de autoayuda

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—Qué sé yo. Tengo tantas cosas en que pensar... Probablemente esté

enamorado de él. Y vos también. Todos aman a Facundo, ¿cómo no

amarlo? Es la cosa más hermosa que existe.

—Pero es una puta —dijo Carolina, casi con resentimiento.

—Sí, es una puta. Eso es lo que más me gusta de él.

Ahora Carolina se rió.

—Eso fue un arranque de sinceridad.

—Y qué arranque —dijo él, apagando la tuca del porro entre los dedos

mojados de saliva.

—Bueno —dijo ella—. Basta de hablar de Facundo.

—Basta —dijo Narval, y la atrajo contra su pecho para besarla. Carolina

le rodeó el cuello con los brazos.

—¿Se terminó el preámbulo? —preguntó.

Narval dijo que sí con la cabeza y la besó suavemente. Ya casi había

olvidado qué se sentía al abrazar a una chica, el delicado olor a mujer de

los poros abiertos y excitados, las curvas perfectas de Carolina y su piel

suave.

—No soy una gran compañía —dijo Narval—. Si estás buscando pasarla

bien... Estoy muy sucio, no tengo plata ni drogas, estoy de malhumor por

eso y, además, creo que estoy volviéndome loco.

—No me importa —Carolina metió las manos por debajo de la remera

de Narval y se mordió los labios al sentir la elástica firmeza de su espalda

—. En serio.

Es todo tan horrible, pensó Facundo mientras veía a una hermosa chica

beber interminablemente de un vaso que le llenaba sin parar un tipo de

traje. El boliche de la Diabla estaba tan lleno como Sonic, pero hacía

muchísimo más calor.

Otro tipo se paseaba con una serpiente alrededor del cuello, repartiendo

estampitas. Facundo transpiraba. Intentó meterse en el baño, pero estaba

demasiado lleno. Una mujer que salía lo tomó del brazo con fuerza, pero

Facundo se desprendió violentamente dejándola con los ojos desencajados

y una mano en la garganta.

Subió las escaleras, esperando que ahí arriba estuviera más fresco. No

encontró un solo sillón vacío, todos estaban llenos de gente enredada entre

sí. Juan i pasó detrás de él y le tiró del pelo achicando un poco sus

enormes ojos celestes.

—¿Qué hacés, Facundito?

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