Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
—Qué sé yo. Tengo tantas cosas en que pensar... Probablemente esté
enamorado de él. Y vos también. Todos aman a Facundo, ¿cómo no
amarlo? Es la cosa más hermosa que existe.
—Pero es una puta —dijo Carolina, casi con resentimiento.
—Sí, es una puta. Eso es lo que más me gusta de él.
Ahora Carolina se rió.
—Eso fue un arranque de sinceridad.
—Y qué arranque —dijo él, apagando la tuca del porro entre los dedos
mojados de saliva.
—Bueno —dijo ella—. Basta de hablar de Facundo.
—Basta —dijo Narval, y la atrajo contra su pecho para besarla. Carolina
le rodeó el cuello con los brazos.
—¿Se terminó el preámbulo? —preguntó.
Narval dijo que sí con la cabeza y la besó suavemente. Ya casi había
olvidado qué se sentía al abrazar a una chica, el delicado olor a mujer de
los poros abiertos y excitados, las curvas perfectas de Carolina y su piel
suave.
—No soy una gran compañía —dijo Narval—. Si estás buscando pasarla
bien... Estoy muy sucio, no tengo plata ni drogas, estoy de malhumor por
eso y, además, creo que estoy volviéndome loco.
—No me importa —Carolina metió las manos por debajo de la remera
de Narval y se mordió los labios al sentir la elástica firmeza de su espalda
—. En serio.
Es todo tan horrible, pensó Facundo mientras veía a una hermosa chica
beber interminablemente de un vaso que le llenaba sin parar un tipo de
traje. El boliche de la Diabla estaba tan lleno como Sonic, pero hacía
muchísimo más calor.
Otro tipo se paseaba con una serpiente alrededor del cuello, repartiendo
estampitas. Facundo transpiraba. Intentó meterse en el baño, pero estaba
demasiado lleno. Una mujer que salía lo tomó del brazo con fuerza, pero
Facundo se desprendió violentamente dejándola con los ojos desencajados
y una mano en la garganta.
Subió las escaleras, esperando que ahí arriba estuviera más fresco. No
encontró un solo sillón vacío, todos estaban llenos de gente enredada entre
sí. Juan i pasó detrás de él y le tiró del pelo achicando un poco sus
enormes ojos celestes.
—¿Qué hacés, Facundito?